martes, 31 de enero de 2012

Polaris


Todos los personajes y ubicaciones que aquí aparecen son ficticios. Cualquier parecido con la realidad presente o futura provendrá, sin duda, de tu sugestionada mente...

Era verano. Las dos de la mañana. Y el único manto que cubría su cuerpo estaba hecho de estrellas.

Había clavado su mirada en aquella marea de puntos blancos que sólo se ven en un sitio tan puro como en el que se encontraba. En el campo, en la parcela que perteneció a sus tíos. Ahora suya, porque después de tanto tiempo codiciándola tras la muerte de aquellos reunió el dinero y el valor suficiente para hacerse con ese lugar que, no obstante, siempre tuvo como suyo. Volvía allí siempre que podía, cuando tenía vacaciones, cuando quería desconectar de banalidad urbana. Cuando, en cierto modo, quería encontrarse consigo.

Yacía sobre una tumbona de esas de chiringuito, en el porche de la casa. Dentro todo estaba a oscuras salvo su habitación, desde donde asomaba, tímida, la luz de una lámpara de escritorio. Él estaba arriba, ultimando unos bocetos de un edificio que debía presentar a la vuelta. Fuera, también oscuridad. La luna era nueva, y sólo unos grillos rompían un contundente silencio. El ambiente era óptimo para lo que estaba haciendo: nada.

Su trabajo quedaba física, química, espacial y temporalmente lejos. Se le daba bien. Y había logrado cierto éxito en su campo. Y lo que es más importante, le gustaba, aunque a veces rabiara de estrés. Sin embargo todo era mejor ahora: en la universidad se mataba a estudiar sin cobrar nada, de sol a sol, sin poder ver las estrellas. Después de lograr el título, un periodo de miedo, de tomar decisiones, de arriesgar. Todo en un marco de crisis que aún duraría algún año más. Creció poco a poco, tuvo tiempo para sí, pudo hacer nuevos amigos, llegó a conocerle. Aunque todo lo que tenía giraba, en cierto modo, en torno a su trabajo, había logrado trabajar para vivir y no al revés, y no por ello se sentía menos profesional. El caso es que tocaba descansar de su trabajo, de su vida cotidiana. Y eso se le daba genial.

Y allí estaba. Contemplando las estrellas – un platito de avellanas que de día se recoge y de noche se derrama, decía Gloria Fuertes. Se sentía insignificante ante aquella inmensidad, pero sus sueños habían sido y eran tan grandes como todo aquello. Había luchado por hacerlos realidad y, poco a poco, con esfuerzo y mucho optimismo, había conseguido superar todo lo que se interpuso en su camino, volviendo a resplandecer después de cada eclipse. Bajo la bóveda celeste, a aquellas horas de la noche, le echó una sonrisa a la estrella polar – el único puntito que identificaba – y se sintió cómplice de ella, pues la brizna de hierba que sobresale siempre tuvo todas las papeletas para ser recortada.

En ese momento de humilde felicidad percibió que, por fin, todo quedaba a oscuras. Él había terminado su tarea, oficialmente estaba de vacaciones. No tardó en salir y recostarse en la misma tumbona, dándole un abrazo. Tras un rato de silencio le habló de los griegos y los romanos, de cómo habían vigilado la noche y habían unido los puntos del cielo para hacer animalitos y escenificar su mitología. Le habló de Ofiuco y su serpiente, de Orión y su cinto de tres estrellas (π3, π4 y π5), de Perseo y de las Perséidas, hasta de una constelación que se llamaba ‘El Triángulo’. Le contó que Aldebarán, el ojo de Tauro, significaba en árabe ‘la seguidora’, porque parecía perseguir en el cielo a las pléyades a lo largo de la noche.

-          Pues a mí eso no me parece una Osa, ni mayor ni menor… - le dijo cuando le ubicó la Estrella Polar en la constelación.
-           La vida puede ser tan bonita como quieras. De hecho, sólo tienes que quererlo – dijo él.

Malamente había terminado la frase cuando, por instinto, se volvió a él y le besó. Tiempo más tarde rememoraría esa noche sin poder decir si hicieron o no el amor. Sólo recuerda que deseó con todas sus fuerzas ser Polaris y no Aldebarán. Para él y para todos. Y que, pocas horas después, el sol los descubriría dormidos allí mismo.




domingo, 22 de enero de 2012

Cruce de caminos


Es un día como otro cualquiera. Te levantas y caminas, en línea recta, hacia delante aunque a veces las cosas se tuerzan. Por la noche sabes que volverás a dormir, y que mañana repetirás el ritual. Pero un día, lo hayas visto venir o no, el paisaje cambia. O el camino se divide en dos, tres o mil veredas diferentes. Tus esquemas se caen, el equilibrio se ha roto. Toca reestructurar tu ritual, hacerte un nuevo esquema, establecer un nuevo equilibrio con las condiciones recién introducidas. Estás en una encrucijada, y debes resolverla antes de que ella te resuelva a ti.



Hoy toca bajarse de las nubes y poner los pies en la tierra otra vez, después de cuatro días de rabiosa alegría en los que se ha celebrado – o escenificado – la graduación de la promoción 2007 – 2012 de la Facultad de Farmacia de Salamanca. La que ha sido mi casa durante estos últimos cinco años. La ceremonia ha dejado momentos que me han llenado de vida: instantes de protocolo que te hacen sentir adulto, momentos alegres que hacen que tus manos duelan de tanto aplaudir, y momentos emotivos, algunos de los cuales he tenido el orgullo y el honor de propiciar con mi participación en la elaboración del álbum de fotos ya tradicional en estos eventos. Momentos que he experimentado al lado de mi familia, pero también en la inestimable compañía de mis compañeros de clase, pero especialmente de los que durante estos años, especialmente en el último periodo, han sido y serán, si ellos quieren, mis amigos, algunos compañeros y otros, como las geniales Carmen y Marta, procedentes de otras esferas (habéis infundido en mí confianza para creer que puedo hacer amigos fuera del trabajo). Ese día todos mis mundos se alinearon, el de San Vicente y el de Salamanca, para darme lo mejor de sí mismos. En mi memoria y en mi corazón permanecerán para siempre, como nos cantó mi estimada agente pollo (Andrea) al final del acto, los instantes que he vivido con ellos, unos mejores y otros peores. Las innumerables guarradas que soltaba con Luz y Adolfo, el calor que da Lucía, la sonrisa de Bárbara, la inocencia de un Carlos, la solidez de otro, la profesionalidad y cercanía de Ana, los sueños de Andrés, la libertad de Álvaro, la madurez de Lisa, el desparpajo de Alba Sofía, la alegría de Irene, los Debates sobre el Estado de la Nación con Germán y Sara, la profunda admiración que me despierta Fernando… Y podría estar así todo el día, formando frases para la Historia con nombres como el de Noemí, Tabea, Celia, Silvia, Roberto, Alfredo, Teresa, Ana, Alberto, Howard o Joaquín. 


Mi vida, ahora mismo, depende de un bombo, de un número, de un instante al azar. Decía que escenificamos ayer ese fin de carrera porque la carrera no ha llegado a su fin. Faltan las prácticas, que por desgracia pondrán tierra entre nosotros. Será la primera bifurcación, el primer crucero con el que me tope en mi futuro inmediato, y espero que, allá donde vaya, pueda seguir adelante, conociendo a nuevas personas iguales o mejores que las que me llevo en el bolsillo después de este lustroso lustro, encontrando amistad y, quién sabe, amor. En Julio volveremos a vernos, seguro que antes también, para poner, entonces sí, punto y final a nuestro andar por la USAL. Y después seguirá la vida, con nuevas bifurcaciones, con la necesidad de tomar decisiones todavía más retorcidas, con ilusiones. Y sin duda, con gente como vosotros al lado, no será difícil adentrarse en nuevas rutas y establecer un equilibrio que satisfaga la ecuación de cada uno. Ahora mismo la ilusión habita en mí, trata de conquistar la parte de mi alma que ahora mismo ocupa el miedo, y quizás su lucha sea posible gracias a vosotros, que habéis erradicado de mi interior viejos miedos y complejos. Por desgracia sois mi pasado, pero, si queréis, tendréis un lugar de honor en mi futuro. 


Mi más sentido homenaje a mi familia, mis amigos, mi pueblo y Salamanca. Por haberse quedado con un pedacito de mí. Por haber dejado en mí un pedacito vuestro. Enhorabuena… y hasta pronto.