sábado, 9 de junio de 2012

Alerta... ¡roja!


Esta tarde, a las siete y media, llegaba una noticia que, cuando aterrizó en otros países, puso los pelos de punta – y con razón – a más de uno. El Govierno (has leído bien) de España ha tenido que dar su brazo a torcer, ha tenido que dejar de un lado el orgullo que lo caracteriza, para rogar a Europa que el continente entero pague por la gloriosa (mierda de) gestión bancaria que durante años se ha mantenido en esta miraculous Spain que no resultó ser más que un sueño. Resacosa, España comienza a levantarse a trancas y barrancas de la cama para ir al médico. La receta, cien mil millones de euros. Y tendrá que devolverlos como sea.

En ocasiones se dice que se tiene lo que se merece. Y España, como país, como conjunto, quizás tendrá que pagar la penitencia que lleva en un pecado que se extiende en el espacio y en el tiempo. Obviamente, como todo país, está integrado por un microcosmos de personitas diferentes entre sí, pero una visión de conjunto de éste en el que vivimos no arroja precisamente una buena imagen. Reconozcamos que España es un país orgulloso, muy flamenco, con un complejo de superioridad que empieza con la llegada a América y con el que se ha dado de bruces en numerosas ocasiones, la última vez en la actualidad, cuando ha pasado de ser una (supuesta) potencia económica relevante para Europa a darle serios problemas al continente. Es un país no vago, sino más bien paradito. Nos va la fiesta más que a un tonto un lápiz. En Cuarto milenio dicen que es preocupante el ingente número de casos de abuelas que mueren cinco veces para que sus nietos, fingiendo que han ido a su entierro, se tomen el día libre para irse, en realidad, a tocar las palmas delante de una virgen de escayola (y, de paso, a ponerse como Las Grecas, y me súa la poia y los cohones que en la Biblia – Gál 5, 19-21 – digan que a Dió no le guhtan los ehcezoh). Desgraciadamente, no es una leyenda urbana el que un pueblo de Extremadura haya decidido en referéndum gastar 15,000 € en corridas de toros antes que dedicarlos al dañado empleo local. El nuestro es, por si fuera poco, un país pícaro, donde, como dice mi abuelo, todo el mundo es honesto… hasta que le ponen a tiro un montoncito de dinero ajeno. Aquí roba hasta el más tonto. Del más probe a aquel que se hace llamar Mr. Liebert en sus negocios para no manchar el real apellido Urdangarín. Pero no solo eso. Parte de esa picaresca está en que cuanto más sisas, menor (que no mayor) es el castigo que te ponen. Para muestra un botón: va un señor (algo tocado, todo hay que decirlo) y se lleva un chupete y un biberón de una farmacia, y le caen nueve meses de cárcel. Va otro, metido hasta las patas en una trama de concesión ilícita de contratos con dinero público, y ¡qué cosas! Sus amiguitos los jueces deciden que sea un jurado popular (y, seguramente, tan ppular) quien decida su destino. Resultado: 4-5, queda usted en libertad sin cargos. Igual se encontró los trajes debajo de un naranjo… Es vox populi, y desde siempre se ha dicho: Spain is different. Esa frase que en tantas camisetas aparece se nos ha vuelto un poco en contra de un tiempo a esta parte.

Pues eso. Que por ser nos como somos, torpeza infinita, pasamos a ser propiedad de la Unión Europea. Por haber vivido a lo loco, por encima de nuestras posibilidades, y por no verlas venir, vienen años muy áridos. Hoy queda claro que nuestro país pasa a engrosar, con Grecia, Irlanda y Portugal, el pelotón de los perdedores de esta guerra abierta de poder en Europa. ¡Pero no pasa nada! Mañana domingo ‘la Roja’ se estrena contra Italia en la UEFA Euro 2012. Cerca de 10 millones de ovejitas se pondrán delante del televisor a ver cómo el esférico va y viene, va y viene, vuelve a ir y a venir, hipnótico. Italia o España, sólo una de ellas se proclamará nación más grande e intergaláctica del espacio exterior. De mierda hasta las cejas, sí, pero España es el mejor país del mundo desde 2010, así es que no pasa nada. Los jugadores, muchachitos jóvenes, con más bien poquito cerebro (juzguen), reciben cantidades desorbitadas de dinero por darle cuatro patadas a un balón y se casan con modelos de pasarela. Se convierten en objeto de culto para los españoles durante unos días, son más sagrados que Dios (cágate en el altísimo, que nadie te dirá nada, pero sal mañana por la tarde a la calle ahora y di algo negativo sobre Iniesta o la selección, que vas a ver dónde te saltan los dientes…). Quizás esos dioses terrenales sean, en parte, fiel reflejo de la España de la que yo hablaba: orgullosos, la mayor parte de ellos fiesteros, y muy, muy pícaros (hay que serlo para llevarse a Austria la prima de 214,000 € que recibió cada uno con el fin de tributar un 20% allí en lugar de hacerlo con un 43% en España… ¡Yo soy austriaco, austriaco, austriaco!).

En fin. El lunes irá Manolo a trabajar, con la resaca de la selección y del Corpus Christi, y le dirá, orgulloso de sabe dios qué, a Klaus: ¡Soy Español! ¿A qué quieres que te gane? Si yo fuera el alemán le diría: a gestionar la economien, gilipollen.