Esta
tarde, a las siete y media, llegaba una noticia que, cuando aterrizó en otros
países, puso los pelos de punta – y con razón – a más de uno. El Govierno (has leído bien) de España ha
tenido que dar su brazo a torcer, ha tenido que dejar de un lado el orgullo que
lo caracteriza, para rogar a Europa que el continente entero pague por la
gloriosa (mierda de) gestión bancaria que durante años se ha mantenido en esta miraculous Spain que no resultó ser más
que un sueño. Resacosa, España comienza a levantarse a trancas y barrancas de
la cama para ir al médico. La receta, cien mil millones de euros. Y tendrá que
devolverlos como sea.
En
ocasiones se dice que se tiene lo que se
merece. Y España, como país, como conjunto, quizás tendrá que pagar la
penitencia que lleva en un pecado que se extiende en el espacio y en el tiempo.
Obviamente, como todo país, está integrado por un microcosmos de personitas
diferentes entre sí, pero una visión de conjunto de éste en el que vivimos no
arroja precisamente una buena imagen. Reconozcamos que España es un país
orgulloso, muy flamenco, con un complejo de superioridad que empieza con la
llegada a América y con el que se ha dado de bruces en numerosas ocasiones, la
última vez en la actualidad, cuando ha pasado de ser una (supuesta) potencia
económica relevante para Europa a darle serios problemas al continente. Es un
país no vago, sino más bien paradito. Nos va la fiesta más que a un tonto un lápiz.
En Cuarto milenio dicen que es
preocupante el ingente número de casos de abuelas que mueren cinco veces para
que sus nietos, fingiendo que han ido a su entierro, se tomen el día libre para
irse, en realidad, a tocar las palmas delante de una virgen de escayola (y, de
paso, a ponerse como Las Grecas, y me súa
la poia y los cohones que en la Biblia – Gál 5, 19-21 – digan que a Dió no le guhtan los ehcezoh). Desgraciadamente, no es
una leyenda urbana el que un
pueblo de Extremadura haya decidido en referéndum gastar 15,000 € en corridas
de toros antes que dedicarlos al dañado empleo local. El nuestro es, por si
fuera poco, un país pícaro, donde, como dice mi abuelo, todo el mundo es
honesto… hasta que le ponen a tiro un montoncito de dinero ajeno. Aquí roba
hasta el más tonto. Del más probe a
aquel que se hace llamar Mr. Liebert en sus negocios para no manchar el real
apellido Urdangarín. Pero no solo eso. Parte de esa picaresca está en que
cuanto más sisas, menor (que no mayor) es el castigo que te ponen. Para muestra
un botón: va un señor (algo tocado, todo hay que decirlo) y se
lleva un chupete y un biberón de una farmacia, y le caen nueve meses de
cárcel. Va otro, metido hasta las patas en una trama de concesión ilícita de
contratos con dinero público, y ¡qué cosas! Sus amiguitos los jueces deciden que
sea un jurado popular (y, seguramente, tan ppular)
quien decida su destino. Resultado:
4-5, queda usted en libertad sin cargos. Igual se encontró los trajes
debajo de un naranjo… Es vox populi,
y desde siempre se ha dicho: Spain is
different. Esa frase que en tantas camisetas aparece se nos ha vuelto un
poco en contra de un tiempo a esta parte.
Pues
eso. Que por ser nos como somos, torpeza infinita, pasamos a ser propiedad de la
Unión Europea. Por haber vivido a lo loco, por encima de nuestras
posibilidades, y por no verlas venir, vienen años muy áridos. Hoy queda claro
que nuestro país pasa a engrosar, con Grecia, Irlanda y Portugal, el pelotón de los perdedores de esta guerra
abierta de poder en Europa. ¡Pero no pasa nada! Mañana domingo ‘la Roja’ se
estrena contra Italia en la UEFA Euro 2012. Cerca de 10 millones de ovejitas se
pondrán delante del televisor a ver cómo el esférico va y viene, va y viene,
vuelve a ir y a venir, hipnótico. Italia o España, sólo una de ellas se
proclamará nación más grande e intergaláctica del espacio exterior. De mierda
hasta las cejas, sí, pero España es el
mejor país del mundo desde 2010, así es que no pasa nada. Los jugadores,
muchachitos jóvenes, con más bien poquito cerebro (juzguen),
reciben cantidades desorbitadas de dinero por darle cuatro patadas a un balón y
se casan con modelos de pasarela. Se convierten en objeto de culto para los
españoles durante unos días, son más sagrados que Dios (cágate en el altísimo,
que nadie te dirá nada, pero sal mañana por la tarde a la calle ahora y di algo
negativo sobre Iniesta o la selección, que vas a ver dónde te saltan los
dientes…). Quizás esos dioses terrenales sean, en parte, fiel reflejo de la España
de la que yo hablaba: orgullosos, la mayor parte de ellos fiesteros, y muy, muy
pícaros (hay que serlo para
llevarse a Austria la prima de 214,000 € que recibió cada uno con el fin de
tributar un 20% allí en lugar de hacerlo con un 43% en España… ¡Yo soy
austriaco, austriaco, austriaco!).
En fin. El lunes irá Manolo a
trabajar, con la resaca de la selección y del Corpus Christi, y le dirá,
orgulloso de sabe dios qué, a Klaus: ¡Soy
Español! ¿A qué quieres que te gane? Si yo fuera el alemán le diría: a gestionar la economien, gilipollen.