PRESENTE
Parecía mentira, pero si uno lo
piensa bien, igual es hasta lógico. En un momento donde se habla mucho de
dimitir (de que dimita el otro, para ser precisos), nadie esperaba el pasado
día 11 de Febrero que fuera a ser él el que rompiera el hielo. Tras medio
milenio sin ocurrir, un papa dimite. Lo deja. Elige la jubilación. Y es que a
Benedicto XVI le sobran motivos para ello, no debe ser fácil estar al frente de
una institución que mientras busca que la Humanidad se comporte de una manera
puntual, no tiene al frente un equipo que de ejemplo de cómo hacerlo. Los casos
de pederastia brotan como las setas en Otoño y ya nadie puede esconderlos
detrás del sofá, son demasiados. La corrupción campa a sus anchas en el banco
Vaticano, se lavan más dólares que sotanas allí. Mientras la élite del
catolicismo más ortodoxo berrea contra las realidades sociales que ya tenemos
por nuestras, Angelo Balducci, responsable de obras públicas y miembro de honor
del Vaticano, es implicado en
un caso de prostitución homosexual que salpica a más miembros de la Citta. Los más oscuros secretos del
pequeño Estado quedan expuestos a la opinión pública en el caso Vatileaks. Y así sucesivamente.
Cualquiera aguanta al frente de semejante marrón.
Confieso que esta clase de
acontecimientos me atrae. Y no por creyente, si no por curioso. Queramos o no,
esto del cónclave es una rareza histórica viviente. Un protogran hermano que, en vez de tener a la
ordinaria de Mercedes Milá, tiene una chimenea de lata. Los participantes, un
nutrido grupo de cardenales de todo el globo que se encierran en la Capilla
Sixtina. Sin cámaras (ni edredoning,
imaginamos), debaten sobre el estado de la entidad y votan cada rato quién se
queda con el trono. Si no hay mayoría de dos tercios, tiran de química (y mira
que rehúyen de la ciencia) y le dan llama a una mezcla de perclorato potásico,
antraceno y azufre para que se forme la fumata negra, dando lugar,
probablemente, a una importante zorrera en el edificio. Que hay mayoría, se
cambian el antraceno y el azufre por lactosa y resinas para que la fumata sea
blanca. Y así, en pleno siglo XXI, con Twitter y Facebook hasta en la sopa, la
gente se entera, mirando a una chimenea, de que habemus papam.
El elegido del momento –
ingeniero químico, curiosamente – promete. No es mucho, pero algo promete. Un
tal Jorge Mario Bergoglio, que no lo conocerán ni en su casa, pasó ayer a
llamarse Francisco I (o Francisco a secas para los amigos) y a dirigir el cacao
que tienen montado en el Vaticano. Seguí el momento en directo por televisión.
Me llamó la atención que, frente a sus antecesores, saliera de blanco estricto
a saludad al personal. Sin tapetones adicionales ni estolas bordadas en oro. Denota
humildad, al menos. Miembro de la Compañía de Jesús, el brazo izquierdo del catolicismo, parece que se
ha acercado bastante a los pobres y ha llevado una vida humilde, cosa que
tampoco se ha visto los anteriores papas. El tipo promete. Aunque no todo en
Bergoglio es bonito ni progre-que-te-cagas, y eso nos
lo han hecho ver los periódicos desde minutos después de recogerse del
balcón anoche: en su país natal, Argentina, fue afín (¿o
no?) a la dictadura de Videla; y se le acusa de haber entregado a dos
compañeros jesuitas contrarios al régimen para que los asesinaran. Durante
ella, pudo haber hecho varios Sor Marías
(entiéndase hacer un Sor María por
sisar nenes recién nacidos que no son tuyos y venderlos al mejor postor,
siempre que el postor sea católico), o al menos de eso lo acusan las
archiconocidas abuelas de la Plaza de Mayo. Igual que el dúo ZP-Rouco,
Francisco no ha mantenido una relación agradable con Cristina Fernández de
Kischner. El punto más turbio de la relación tiene lugar en 2010, cuando la
presidenta argentina propone la ley del matrimonio homosexual y el ahora papa
cargó contra esta ampliación de derechos aduciendo que era obra del demonio y
que había que emprender la guerra de Dios contra los homosexuales (respecto a
esto parece
que se arrepintió después, sobre todo después de haber apoyado las uniones
civiles en 2002). De la mujer, parece que llegó a afirmar que está incapacitada
para ejercer la política, cuanto más el sacerdocio. Del aborto mejor ni hablar.
En definitiva, que no todo iba a ser bueno, ¿no?
PASADO
Puede sorprender que alguien infalible como un papa pueda tener el
más mínimo atisbo de sombra en su biografía, pero los ha habido peores.
Muchísimo peores. Sólo hace falta mirarse unos cuantos artículos
rigurosos en revistas de Historia para darnos cuenta de que la historia del
papado está totalmente llena de mierda desde que sus bases legales fueron
puestas en el año 312 por el emperador romano Constantino, quien asumió el cristianismo
e inaugura con ello la última etapa de un débil Imperio Romano. Dicen que es el
Espíritu Santo quien susurra a los electores quién debe ser el nuevo Papa,
aunque a todas luces parece que la paloma debe hablar bajito o algo así ya que
parece que no todos pillan el nombre a la primera (cinco votaciones han hecho
falta en este último cónclave). Si eso es así, el pajarillo que otrora comunicó
a María su estado de gracia debió tomarse unas largas vacaciones en la alta
Edad Media, más o menos de unos seis siglos. Dejando a un lado el asunto de la
papisa Juana (esa que sale en las cartas del tarot) por no haber sido respaldada
por la historiografía, pongamos que el pájaro cogió las maletas y emprendió el
vuelo tras morir Formoso I en el año 896; el siguiente papa (Bonifacio VI) les
duró medio mes. Le sigue Esteban VI, ansioso desde hace mucho por coger la
silla de Pedro. Rival del citado Formoso, quien lo envió a dar misa donde
Cristo perdió el mechero (las leyes impedían acceder al pontificado a los que
ejercieran lejos de Roma), mandó desenterrarlo tan sólo 8 meses de haber
muerto. Lo vistió con sus ropas papales y lo sentó en el banquillo para
juzgarlo por violación de los cánones
eclesiásticos. En tal juicio, que pasa a la historia bajo el nombre del Sínodo del Cadáver, el muerto es
condenado bajo la horrorizada mirada de cardenales y ciudadanos a dormir en el
fondo del Tíber por la eternidad. El caso es que el propio Esteban acaba en
prisión, donde no tardan nada en estrangularlo. Su papado no alcanza el año.
El papado fue degenerando
progresivamente hasta que entra el llamado Pontificado
de las Putas, donde las meretrices eran las que realmente movían los hilos de la iglesia desde las alcobas de los pontífices. A Juan XII (955-969) se lo llama también Fornicario I, y es que se pasó la vida de prostíbulo en prostíbulo
jugando a los dados. Llegó a brindar por Satán en un banquete, en el que fue
tal la kurda que pescó que acabó incendiando el cenador. Su muerte no es menos
violenta que la de Esteban VI: fue asesinado mientras violaba una mujer. El
culebrón continúa con la saga de los
Benedictos y la multiplicidad papal. El papado fue todo degradación y
violencia desde Benedicto IV (973, muerto asesinado) hasta Benedicto IX. Este
último, también conocido como el Papa
Nerón, ejerció un pontificado intermitente (1032-1044, dos meses más en
1045 y un tiempo adicional entre 1047 y 1048) y salpicado de escándalos; se cuenta
que renunció para vivir una vida desgraciada con un amante que se había echado
en un prostíbulo homosexual en el que tenía participación económica. Tal fue el
asco que se le cogió en Roma que sus enterradores se negaron a fabricarle un
ataúd tras morir.
El
comienzo de la baja Edad Media lleva a la Santa Sede la citada multiplicidad
papal. Hombres sedientos de poder que se autoproclaman pontífices o sobornan a
los electores del cónclave para llegar al Vaticano, y que se enfrentan unos a
otros, a veces a muerte. Aunque fue una constante desde principios de milenio,
este fenómeno (que aún pervive, no se nos olvide que hace no mucho murió
Clemente Domínguez, un sevillano que se autoproclamó papa en 1978 con el nombre
de Gregorio XVII, con sede en el Palmar de Troya) llega a máximos en el siglo XV,
cuando llegaron a coexistir cuatro papas (A Benedicto XIV en 1425 se suman
Benedicto XIII en 1427, Clemente VIII en 1429 y Martín V en 1431).
Dejando
un lado otros escándalos papales como la ira de Lucio II contra su pueblo
cuando los senadores de Roma quisieron quitarle competencias, o el exterminio
de los Cátaros por Lucio III en 1181, terrible por su magnitud, la perversión
del pontificado llega a máximos a finales de la Edad Media con los auténticos
reyes de la fiesta, los españoles. La estirpe de los Borgia empieza con Calixto
III y hace furor con Alejandro VI, Rodrigo Borgia, quien sobornó a los
cardenales para asegurarse el nombramiento, cosa que enfureció a los
ciudadanos, muriendo durante el cónclave más de doscientos a manos de las
tropas afines a la familia. Tras ser nombrado, hizo construir a los suyos un
arco del triunfo en el que se leía la sentencia “César era un hombre, pero éste es un Dios”. Parece ser que el buen
hombre se zumbaba a todo lo que se movia. Tuvo doce hijos, y como se movían,
también se los tiraba. Tal es el caso de Lucrecia Borgia, una conocida
envenenadora que preparaba la llamada cantarella,
carne de cerdo podrida sobre la que espolvoreaba arsénico. Parece ser que su
propio padre pudo ser víctima de tal mejunje (murió tras un banquete). Nada se
pudo hacer por su vida, y mejor que no se hiciera: los ciudadanos felicitaron
al médico por no salvarlo. La historia se repite con los Médici, también muy
dados al crimen por envenenamiento. Se dice que León X, en otro brindis
desafortunado delante de miembros de la curia, exclamó que “desde tiempos inmemoriables es sabido lo
provechosa que nos ha resultado esta fábula de Jesucristo”. Y así,
innumerables papas que se han ido adaptando a la Edad Moderna y a la actual,
modificando al gusto sus propias leyes e interpretando los textos bíblicos como
les viene en gana para seguir sobreviviendo. Así, en 1870 el Concilio Vaticano
I introduce la infalibilidad del papa
(el papa “nunca” se equivoca); y por citar un ejemplo de adaptación, la afinidad
de la iglesia de Pio XI por el régimen dictatorial de Mussolini (qué les gusta
una dictadura a las altas esferas eclesiales, nadie puede negarlo) llevó a la
creación del Estado Vaticano (tratado de Letrán, 1929).
FUTURO
Aunque esto ya no es la Edad
Media, la iglesia según la entendemos al Vaticano
style está muy lejos del pueblo. La institución como tal continúa anclada
en el machismo y en el rechazo a los avances de la sociedad y la ciencia,
cerrada a las nuevas realidades que quizás no son tan nuevas, si no que siempre
han estado ahí. A kilómetros del pueblo y a años luz de su esencia, la
planteada por Jesús de Nazaret, el revolucionario protagonista de los textos
del Nuevo Testamento y que, de haber existido (yo no lo sé, no estuve allí),
merece mi total y absoluto respeto. ¿Por resucitar? ¿Por no casarse? ¿Por
convertir agua en vino y piedras en peces? No. Como decía León X, todo eso será
seguramente leyenda. Es admirable por su mensaje de respeto mutuo a los que
piensan como tú y a los que no, de fraternización y de paz, en la igualdad de
todos ante un hipotético dios y en el amor a los demás. Un mensaje duro contra
las altas esferas, contra los poderes abusivos, contra el oro y el lujo, contra
el gobernante malvado. Una iglesia que viste de oro a sus estatuas y aloja en
majestuosos palacios a sus máximos representantes no se parece ni en un píxel a
aquel Jesús harapiento y humilde. Que es agresiva, que busca que los que no
creen crean, sí o sí. Nunca. Jamás me tendrá (otra vez) esa iglesia dentro,
pues no creo ni creeré en religión alguna. Pero como siga anclada a tan
corrupto pasado, tan alejada de sus principios e inicios, tampoco me va a tener
al lado. Ni a mí ni a cada vez más ciudadanos que se le ponen en frente, y que,
preguntados en las encuestas, van quitándose de afirmarse como católicos: sólo
el 70.5% de los españoles declara ya su afinidad a la iglesia según datos del barómetro del CIS de Febrero, con descenso de 2.6
puntos respecto a Enero (en cualquier caso, fluctúa en torno a estas cifras, según el mes) y
muy lejos del 87% de principios de los noventa. Por no citar otras encuestas
internacionales como el Global
Index of Religion and Atheism, que reducen ese porcentaje a un triste
52%.
Datos que deberían preocupar al
recién llegado Francisco I si no quiere que las profecías del tal Malaquías (esas
tan flexibles de interpretar) se hagan ciertas y sea el 266 el último papa de
la historia de la Iglesia. Antes de terminar, recordar siempre que entradas
como esta, en un blog diseñado para la opinión y el debate, no pretenden
ofender las ideas y creencias de nadie, si acaso aportar datos nuevos que
seguramente muchos desconozcan, además de mi opinión, que a fin de cuentas es
una de muchas. Con ellos en la mano, que cada cual obre como estime oportuno y,
crea en lo que crea, intente alcanzar la felicidad personal como lo crea
conveniente, respetando las ideas de los demás y guiándose por la regla áurea,
esa que dice que te comportes con los demás como te gustaría que se comportasen
contigo, vive y deja vivir, algo que a fin de cuentas va más allá de cualquier
religión. Dicho esto, sólo desear suerte a Francisco I.
La necesitará.