Total, que entro a ver qué han liado ahora en la cadenita de
Fuencarral, a ver a qué venía eso de #MierdasetEspaña. ¿Se habrá dado cuenta la
humanidad de la pobreza mental de la programación de la cadena? ¿se habrá ido
de tono otra vez AR, la egomaníaca más conocida del país? ¿Jorge Javier desnudo por segunda semana consecutiva? Mis ilusiones y la poca fe que me queda en la sociedad
de este país se escacharon contra el suelo cuando, tras leer unos cuantos tweets, me doy cuenta de que los que han
elevado el hashtag a trending topic (¡cuánto neologismo!) no
son otros que una masa enfervorecida del programa que, tras el Mississippi de Pepe Navarro,
consolidó la telebasura en nuestro país a principios de milenio. ¿Qué mosca les
había picado a estos radicales seguidores de Gran Hermano? ¿Acaso la ración de
heces servida la noche anterior no había sido del agrado de esta nube de moscas
cojoneras que no tienen cosa mejor que hacer que intoxicar twitter defendiendo
a unos y poniendo a parir a otros? ¿Qué ha llevado a estos seres a volverse
contra la alcantarilla que les suministra el material en el que se revuelcan
jueves tras jueves? La respuesta es sencilla: la masa, que se autodenomina ‘club
susargista’ o cosa parecida, estaba en liza contra Telecinco por haber
expulsado del manido reality a una concursante, una tal Argi, por decir,
mientras estaba buscando una cuchara, que la
única manifestación a la que ha ido era para que volviese ETA. No entendí
cómo era posible que se criticase una de las pocas decisiones medio en condiciones que ha tomado esa cadena, tal que me decidí a ver el vídeo. En
las imágenes que muestran la enésima salida de tono vertida por catorce
generaciones de vagos y maleantes metidos en un corral, se ve cómo, tras el
correspondiente tiempo de asimilación y reacción a tal improperio por parte de
sus compañeros de encierro (tiempo de reacción prolongado dado el nivel
intelectual medio del lugar), éstos le critican lo que ha dicho. Sólo un tiempo
después la tía se da cuenta de que igual está feo decir eso, y medio rectifica.
Ha sido una broma, dice. Otra cosa es que me lo crea: la frase le brota del
mismo alma, tarda en rectificarla y, seamos francos, como broma es bastante
macabra. Con la boca abierta y las córneas rabiosas de dolor termino de ver el
metraje.
No hay esperanza para este país, piensa uno. Y ya que
estamos en twitter, plasmo mi total decepción usando el hashtag
correspondiente, añadiendo el de #quépaís, y comentando que es decepcionante
que, para una vez que la gente critica en masa al máximo exponente de la
televisión de mala calidad, sea para defender a una concursante a la que han
sacado del gallinero por hacer una afirmación claramente proetarra. Click en
enviar. Lo que pensé que sería uno de esos tweets míos que nadie lee se
convierte en una pesadilla mañanera: los radicales empiezan a redifundirlo. ¡Esto es lo que habéis conseguido en
telecirco, demagogos, que un tal @DaniBriegas llame a Argi terrorista! La
de veces que he leído esta mañana la palabra demagogia (y la de veces que me han dado
ganas de preguntarles qué significaba, a ver si saben responder). Tardan poco
en llegarme algunos mensajes de exaltados pidiendo mi cabeza. Y lo que es peor
(y más cómico), amenazando con denunciarme. Al más puro estilo tertulianos de Sálvame. Un chavalín me dice que tenga
cuidado, que iba a llamar a la familia de Argi y me iba a caer un pakete. A los pocos minutos dijo que le
iba a caer otro a Ana Rosa, que la estaba llamando etarra en su programa
matinal. Enfervorecida, la masa, a la que calculo una media de edad no superior
a los 16 años, no dejaba de producir tweets berreando por la expulsión de la
susodicha. Mi estupor rozaba máximos. Y mi indignación también.
Viendo la reacción de la turba contra el tweet de un don
nadie como yo, no daba crédito a lo que estaba pasando. Contesté a algunos
mensajes defendiendo mi postura: si alguien ha ido a una manifa a favor de ETA
(de los presos, de su causa, de la kale borroka, de lo que sea) es proetarra
por definición pura y dura. Y si lo ha dicho de broma, es proetarra de broma.
Contra estos argumentos me llegaron a decir que las manifestaciones eran en
contra de ETA, no a favor, que eso no existía, que tirara de hemeroteca. Tiré
de hemeroteca (y mostré esta hermosa sarta de noticias
en El País sobre actos proetarras), y me contestaron que en los titulares
no decían que fueran a favor de ETA. No muchos tweets después, entristecido por
caer en la cuenta de que estaba hablando con hortalizas de huerta, bloqueé a
mis amenazadores amiguitos y pasé del tema, que es lo que debí hacer desde un
principio.
Pero la congoja no se me fue. ¿Por temer una denuncia? ¡Venga,
no jodas! Me quedé apesadumbrado por vivir en un país donde niños de quince y
dieciséis años, en horario escolar y con un paro juvenil que pasa holgadamente
del 50%, se pasan la clase con sus iPhones defendiendo a muerte a una persona
que no conocen de nada, y que para más inri ha bromeado con un tema tan espinoso
como es el terrorismo etarra, posicionándose a favor de ellos, que recordemos
constituyen una banda que ha segado la vida de más de ochocientas personas en
su medio siglo de historia. Algo demasiado serio como para banalizarlo en
bragas delante de una cámara de televisión. Es una lástima ver que el carpeteo
ha evolucionado desde aquellos tiempos de Leonardo Di Caprio y Pamela Anderson,
incluso desde el ya mentado Justin Bieber, hasta este fenómeno, en el que se
idolatra a una persona cuyo mayor mérito es hacer edredoning antes que nadie
bajo la atenta mirada de los espectadores. Es lamentable que, en estos tiempos
donde los derechos flaquean y caen a la primera de cambio de la legislación, no
le dé a esta gente por emplear sus fuerzas en otras cosas. Lamentable que
España (con Brasil) sea el único país donde se han celebrado catorce despropósitos
televisivos de esta índole. Lamentable que una periodista como Mercedes Milá se
haya echado a perder de semejante forma durante todos estos años, hasta el
punto de enseñar las pechugas en un programa de esta edición para subir una
audiencia que, por suerte, es cada vez menor (media de 18.5% en la presente
temporada, compárese con el 20.6% de la anterior y con el 51.4% de la primera).
Telecinco, esta vez, ha rectificado. Ha visto que la gente
no está por la labor de dejarles cruzar ciertas líneas rojas. O mejor dicho,
las asociaciones de víctimas del terrorismo – y los anunciantes que amenazan
con retirar la publicidad del programa – le han hecho ver a la cadena amiga que
es mejor no seguir ciertas rutas. Que igual es mejor dejar ya aparcada esta
bobada del Gran Hermano, que con dos ediciones íbamos servidos. Ojalá hubiera
hecho lo mismo cuando, hace semanas, un par de gemelos que también pulula por
el concurso dijera a otra concursante que estaba
más perdida que Marta del Castillo. Es bueno tener tele entretenida, es bueno
que la gente se distraiga un ratito de su realidad, que a veces es bastante
cruda como para no darles un poco de cuartelillo a eso de las diez de la noche.
Sin embargo, no todo debería valer en televisión. Es peligroso. Se corre el
riesgo de que el espectador se crea que la plaza del pueblo es el plató de
Sálvame, y que eche la mañana criticando a los vecinos y amenazando con
demandas y querellas varias por dimes, diretes y quítame allá esas pajas. Se
corre el riesgo de que la juventud, que por edad no vivió o no recuerda
aquellas 48 horas que vivimos pendientes de Miguel Ángel Blanco, empiece a
tomarse a cachondeo un tema tan serio como el terrorismo. O a pitorrearse
mencionando sin lavarse antes la boca el nombre de una joven que lleva años
desaparecida tras ser asesinada. Se corre el riesgo de atelecincar un país con una terrible crisis económica, política y
de valores (de valores, sí, pero no al modo que dicen los curas). Y eso es lo
último que nos hace falta.
Qué ganas de empezar ya el FIR para estar entretenido y no
tener que deambular por twitter para amargarme la mañana, oiga…