jueves, 24 de enero de 2008

Querida sociedad, te habla un salmón


Amigos, esta tarde, hablando por messenger con alguien a quien no conozco de mucho, y que veo que no me conoce tampoco demasiado bien, me he sentido tan ofendido que no recuerdo algo así desde hace años. No voy a referir la conversación exacta ni más datos, por si alguien demasiado cotilla y morboso de mi entorno se propone indagar en el asunto y ahondar más en la herida. Tan solo diré que me tiraron encima uno de esos bonitos clichés que hoy día inundan el vocabulario de las personas que no tienen cosa mejor que juzgar que el físico y el comportamiento social de las partículas ajenas. Ojalá hubiera quien leyera esta carta, quien físicamente pudiera descifrarla, interpretarla y darse cuenta de que las cosas, en ciertos sectores de este pequeño universo que hemos montado en nuestro mundo, no van nada bien. Y actuar en consecuencia. Desgraciadamente esta carta tendría tantos destinatarios que la probabilidad de que cambiase este puerco universo creado a raíz de la sociedad del consumo es, poco menos, que igual a una entre infinito. La sociedad a la que me refiero está podrida. Es la sociedad que hace que a nuestro país se lo conozca internacionalmente como país de la pandereta. La sociedad que se cree todo, no respeta, y no comprende que no son más que una tendencia. La que habla de ti a las espaldas y en compañía neutral porque no tiene huevos de decirte las cosas a la cara. La que apoyan algunos de esos que sólo te quieren para pedirte ayuda (apuntes, trabajos, preguntas, objetos, etcétera) y para nada más. La sociedad de las ovejitas (Beeehh!!).

Querida Sociedad:

Eres una puta. Me tiene cansado tu forma de ser. Tus pautas, tus normas, me estresan y me parecen poco más que absurdas. No se si sólamente tienes raíz en España o estas en todas partes del mundo; más que nada porque, en cuanto pueda, me gustaría darte una señora patada en el culo y perderte de vista para siempre, tanto en el espacio como en el tiempo. Irme a otro país, a trabajar, a buscar un lugar donde libertad no signifique sumisión, donde, si no me sale de los cojones ir a ambientes cargados, sencillamente no iré sin que nadie tenga el por qué decir de mi que soy ''raro''. Un lugar donde salir por la tarde o por el día no sea cosa de proscritos, o salir por la noche no implique vomitar en un portal; es más, un lugar donde encontrar gente con la que salir por la tarde, a un ambiente sosegado, tranquilo y pacífico, sin miedo a que nadie pase a tu lado y te llame ''cutre'', ''mariquita'' o simplemente espete que no sabes divertirte.

Estoy un poco harto de que intentes imponerme botellones, alcohol, drogas y fiesta a mansalva, troche y moche, sin control. Respeto que te guste divertirte con estos affaires, que prefieras organizar macrobotellones para ver qué ciudad es la mas... la más ¿qué?, que elijas manifestarte en las calles quemando contenedores y lanzando botellas vacías (porque para lanzarlas llenas tendrías que estar muy borracha) contra lo que todos pagamos en lugar de hacerlo, como sucede en Francia, por un futuro estudiantil o laboral mejor, por una vivienda digna y merecida, o por un salario que reconozca nuestra valía y esfuerzo... Lo respeto, pero no lo entiendo. Y tu a mi no me respetas que no lo entienda. Simplemente te dedicas a llamarme ''raro'', a ponerte por encima de gente como yo con clichés que juzgan lo físico, lo externo. Ojalá algún día te salga ese tiro por la culata.

No cederé a tus exigencias. No lo haré. Seguiré buscando en mi camino a gente con más de dos dedos de frente como para no llamarte ''raro'' por no salir de fiesta. Seguiré intentando dar con gente auténtica con la que nadar a contracorriente como los salmones, juntos, jodiéndote. Con la que organizar viajes a los más desconocidos confines del mundo, para descubrir nuevas culturas, abrir mente y olvidarte cuanto antes; en lugar de planear si esta noche beberemos vodka, brandy o DYC, y mañana que salga el sol por donde quiera. No me cansaré hasta encontrar a alguien con quien irme los domingos a la Plaza Mayor de Salamanca a tomar un café, a ver tiendas, a pasear un rato por el simple hecho de pasear. Se que el camino es duro, dificil, quizás infructuoso. Pero si no funciona aquí, seguiré buscando. Todo para oponerme a ti. Para ser tu opuesto, tu complementario, tu uno partido de equis. Se que en alguna parte se encuentra esa gente, la que se siente insultada por llevar un modo de vida diferente. La que tiene que joderse en casa día sí, día también, porque no hay alternativa. Y, con suerte, los encontraré. Y ahora, te parafraseo, porque de otras se que no me ibas a entender.

Que te follen.

domingo, 6 de enero de 2008

Epístola sobre la amistad

Planteo la pregunta, la lanzo al aire, a ver si alguien tiene la cortesía de explicarlo. Si puede. Porque yo no la sabría responder.

Dice el diccionario de la Real Academia de la Lengua española que la amistad es:

1. Afecto personal, puro y desinteresado, compartido con otra persona, que nace y se fortalece con el trato.

Me dice el diccionario, quizá el libro menos adecuado al que recurrir para recibir una respuesta satisfactoria, que la amistad es afecto personal. No miente, o al menos eso siento yo que es la amistad. Se trata de querer a la persona a la que consideras amiga, de tener un cariño especial hacia ella que te hace compartir todas tus vivencias. Un amigo es alguien a quien respetas y de quien ni siquiera tienes que esperar respeto, ya que te lo da antes incluso de que lo desees. Puro y desinteresado, dicen los del RAE. Me descubren las Américas: cuando el afecto que sientes hacia una persona está empañado por intereses personales, esta no sería amiga, sino un simple instrumento con el que conseguir los objetivos que uno tiene, independientemente de lo que ella sienta (los objetos no sienten). La amistad objeto, por no llamarla instrumentalizada, o algo peor, es aquella que los sábados por la noche media España juvenil desata sobre alguien del sexo opuesto - o del mismo sexo - practicando precisamente eso: sexo. Y a la mañana siguiente, si te he visto no me acuerdo. Ahora bien, esto es otro tipo de relación muy distante de la amistad, basada en el placer, y que tampoco tiene que ser catalogada como nociva siempre que ambas partes estén de acuerdo en utilizarse recíprocamente como objetos. En resumidas cuentas, es lo que define la RAE como 2. amancebamiento, segunda acepción que nos da el diccionario. Sencillamente, una relación fría, aunque los contratantes (no se los puede definir de otra manera) pasen un tórrido rato juntos.

Aducen, para acabar, que es algo que nace con el trato (si dos personas no se conocen, dudo que puedan llegar a ser amigas, al menos en este plano de la realidad) y se fortalece con el. Yo añadiría que hay amistades que con el trato llegan a un máximo, como una ecuación tipo uno partido de equis cuadrado, y a partir de ahí comienzan a pudrirse por la llegada de un parásito llamado en latín confianzus excesivus, del que dicen que allá donde esté, da asco. Aunque estas profundidades que yo saco aquí, que ni son correctas ni dejan de serlo, no son propias de un diccionario.

3. Merced, favor.

Definición de amistad verdaderamente extraña. Yo diría que es el contrapunto de la amistad. Volvemos a lo mismo: si una amistad se basa en un favor, y un favor se basa en la consecución de algo que responde a los intereses personales de la tercera parte, mal vamos, sobre todo si se convierte en costumbre. Ahora bien, si esta merced y este favor se refieren a un trato de merced o trato de favor (qué exclusivo, ¿no?) puede que la cosa cambie. Aunque dudo que la amistad esté basada en un simple trato de favor. Camaradería, compañerismo... responderían mejor a esta definición. No me da juego para seguir hablando más de ella. Veamos la cuarta.

4. Afinidad, conexión entre cosas

Vaya, pues no la entiendo demasiado bien. Digo yo que será como cuando decimos ''este par de zapatos no casa'' al tener dos zapatos de distintos pares. Quizás pueda decirse ''estos zapatos no son amigos''. Pero vamos, que la amistad a la que quiero clamar hoy no es la que pueda existir entre dos zapatos. Como la cinco y la seis son definiciones caídas en desuso, pasemos directamente a ver la séptima.

7. Personas con las que se tiene amistad.

Un amigo. Representación física y corporea de lo que creo que es la amistad. Les contaré lo que siento, que para eso dicen que sirven los blogs. Un amigo es una persona a la que quieres de verdad, por la que harías cualquier cosa que estuviera dentro de unos límites de respeto entre ambas partes, que nunca podrán llamarse contratantes, porque considerarán que su amistad amplía, y no reduce, su libertad. Un amigo es alguien más que ese a quien llamas para ir de fiesta cuando te aburres. Mucho más que un instrumento para ligar, aprobar un examen, conseguir un puesto de trabajo, un favor económico o sabe quién qué. Un amigo es alguien que te aplaudirá cuando hagas bien, y que te reprobará cuando hagas mal, siempre desde la crítica constructiva y nunca desde la destrucción personal propia y ajena. Es aquel con quien compartes afinidades, mismos gustos, con quien tienes una relación poco más que mística y espiritual, como dicen Marge y Homer Simpson en el capítulo en el que sale un coyote espacial. Poco menos que aquella persona a la que no te importa decirle ''te quiero'', sea del mismo sexo o del sexo opuesto, sin miedo a que malpiense o crea que eres cursi, imbécil, o que te aplique quién sabe qué cliché de una sociedad a la que le cuesta expresar sus sentimientos (miedo a que te consideren homosexual, cursi, afeminado... digo esto porque son los hombres a los que más miedo da decir estas cosas, entre los cuales me incluyo). Si ya llegamos a lo verdaderamente místico, a la unión perfecta entre dos personas, rozando casi el amor (algún día hablaremos de que, más allá de lo sexual, amor y amistad quizás sean lo mismo), quizás pudieramos afirmar que la amistad recogería momentos carnales de unión personal entre personas del mismo o distinto sexo. Pero eso me queda grande hasta a mí. No soy tan abierto de espíritu ni de corazón como para llegar a ese hipotético cúlmen de la amistad.

En resumidas cuentas, hoy me hallo en plenas facultades para afirmar que no conozco la amistad ni en el más simple de sus grados, ni en ese que viene en el diccionario. En mi nueva vida universitaria, después de tres meses, puedo afirmar que solo tengo compañeros, buenos camaradas, a los que respetar. Pero nada más. Es más, ni siquiera veo trazas de subir peldaños, de encontrar un grupo más bien reducido de personas con las que sentirme a gusto lejos del (para mi) infernar ruido y agobio de las discotecas (no me gustan los sitios abarrotados de gente a la que no conozco y a la que no me interesa conocer al menos en un 99%) o de otros sitios que respeto, pero que personalmente no me agradan. Esos a los que si no vas, si no acudes, eres poco más que un bicho extraño con todas las papeletas para ser marginado por la sociedad. Pero, queridos amigos, nadar a contracorriente en ciertos aspectos sociales que no me da la gana de seguir como el que sigue una religión (salir fin de semana sí, fin de semana también; ir a discotecas a cogerme el coma etílico del siglo para que los tíos me vean un machote y las tías imponente, o de bar en bar para el mismo fin...), me ha hecho comprender que, a nivel personal, aspiro a conseguir un amigo que se ajuste, al menos, a la definición que he dado yo (ya les digo que la del sexo amistoso me viene grande, si tenemos en cuenta que soy una persona más bien tímida y reservada). No aspiro, porque no quiero, a un grupo de 30 personas (no creo que a tantas personas se las pueda llamar amigos con tanta seguridad; y además, las pandillas numerosas son como las células que nos componen: cuando crecen, se escinden, y hasta luego Lucas). Sólo quiero, en toda mi vida, entablar ese tipo de relación con dos o tres personas. Un pequeño grupo con el que descubrir el mundo, meditar, disfrutar de tardes de cine en lugar de padecer noches de alcohol. Con el que hablar a gusto sin miedo al qué diran.

En resumidas cuentas, estimado lector, a aquellos a los que poder decir, sin miedo, esa frase que tanto cuesta: ''te quiero''.