jueves, 29 de noviembre de 2012

Recogida de firmas contra la 'ESO de los 1000€' del Gobierno de Extremadura

Recientemente, el Gobierno de Extremadura ha tomado una medida que resulta hiriente e indignante para todos aquellos universitarios, actuales o ya titulados, que con esfuerzo están obteniendo su licenciatura, diplomatura o graduado, o bien ya lo han obtenido. En un tiempo donde se fuerza a racionalizar el gasto y a recortar en todo lo habido y por haber, el ejecutivo de D. José Antonio Monago Terrazo (PP), quien gobierna en minoría desde 2010, ha decidido otorgar 1,000 € a todos aquellos jóvenes desempleados que quieran obtener el título de Educación Secundaria Obligatoria en tan solo 35 semanas. Ciudadanos como yo creemos que se está mercantilizando el título llevando a cabo una medida que no solo es populista, si no que está mal orientada. Duele, especialmente, porque se da en unos ocho meses la ESO a aquellos que, en pleno boom del ladrillo, salieron de las aulas (aún siendo ilegal abandonar una educación considerada por Ley obligatoria) para apuntarse al carro del dinero rápido. Duele, especialmente, porque jóvenes con gran formación aún no han recibido siquiera una primera oportunidad en el mundo laboral, y las pocas que tienen están siendo pasto de los recortes (recordemos que este mismo gobierno se ha ventilado la friolera de 145 plazas MIR para la convocatoria de Febrero de 2013, cuando con el presupuesto de la medida en cuestión, 3.9 millones de €, se podrían haber mantenido unas 30 y, así, haber dado trabajo durante nada más y nada menos que cuatro años a gente que realmente se lo ha ganado). Es, en definitiva, un insulto a los que optamos por estudiar, y encima invita a los jóvenes a dejar ahora el instituto para agarrarse a esta medida más adelante.

Quedarse en silencio, en casita, como le gusta a Maríano Rajoy para que demos una imagen maravillosa y apacible de la tan manida Marca España, no sirve. Como poco, que se nos oiga digitalmente. Después del éxito que han tenido otras campañas de recogidas de firmas a través de change.org (la última, la retirada por parte de Mierdaset España, propietaria de TeleCirco, de una demanda contra un ciudadano que llamó al boicot contra el programa 'La Noria' por pagar 10,000 € por una entrevista a la madre de un presunto delincuente) es, cuanto menos, esperanzador, firmar contra la medida que plantea el gobierno de Monago para que, como poco, se nos tenga en cuenta y, si no es posible ya la paralización, que no se repita en sucesivas ocasiones. Los ciudadanos queremos medidas reales, y no trampas que ofenden a buena parte de la población y que encima tienen la misión de desinflar las cifras de paro juvenil con fines electoralistas. Son ya varias las asociaciones que buscan firmas para esta causa, he encontrado este enlace en change.org en el que podemos firmar todos, seáis o no de Extremadura (las autonomías reciben dinero del Estado, que no se nos olvide que ese dinero es de todos).El enlace, aquí:

http://www.change.org/es/peticiones/contra-el-plan-para-la-obtenci%C3%B3n-del-t%C3%ADtulo-eso-a-raz%C3%B3n-de-1000-en-extremadura#

sábado, 10 de noviembre de 2012

The sleeping village

Voy a apearme del largo camino al FIR para tomar aire. Sobre todo ahora que me estoy llenando la cabeza de bichos y, como recordaremos de Los Simpsons y el episodio aquel en el que declaran totalmente inmune al Sr. Burns, cuando muchos microorganismos intentan entrar por la misma puerta a tu cerebro acaban por apiñarse en el marco y no logran acceder... Es puerta la abro y la cierro todos los días, de lunes a sábado y un rato el domingo, en la que ha sido mi casa durante - casi - toda mi vida. Desde mi pueblo. Desde donde escribo ahora mismo. Ah, los pueblos... ¡qué lugares! el que no haya vivido en uno no tiene ni idea de cómo son las cosas por aquí, nada más que de oídas. La gente pasea por las calles tranquila y sonriente, yendo de acá para allá, a veces con motivo y a veces errantes o simplemente por diversión. Tienes campo pa' corré y para llevar al perro a que desorine y persiga unas cuantas ardillas y le huela el trasero a sus homólogos. El aire es fresco, disfrutas más de la climatología y tal... ¡Si es que son geniales!

Pero hay un pero, un matiz a eso último que he dicho: son geniales para dos días. Lo son para unas vacaciones. Y es que uno de los motivos con que me espoleo a diario para estudiar lo máximo posible y conseguir una de esas 273 plazas de farmacéutico en un hospital público es que una nota alta sería la llave definitiva de mi libertad. No solo supondría el fin - o la pausa, a fin de cuentas un profesional sanitario jamás deja de estudiar y aprender - a más de dos décadas con un lápiz en la mano y con los ojos puestos en el negro sobre blanco. Si no también porque supondría salir de este lugar donde, para una persona joven como yo, ni hay opciones ni hay libertad. Los que me conocen saben que soy un tipo diferente (y no digo raro, si no diferente, dándole la vuelta a la manidísima canción de Fito, o como yo lo llamo, MeRepito) y que la madrugada está para mí la última en la lista de opciones de ocio. Y en un pueblo oiga, madrugada tienes. Bares, veinte o treinta para seis mil personas. Pero no hay cine, por poner un ejemplo. Y a mí me gustaba ir cuando estudiaba la carrera; de hecho, me entra nostalgia de aquellas tardes en las que íbamos al cine Marta - se que lo leerás así es que te mando un fuerte abrazo a ti y a los tuyos - y Carmen y Tabea y María y, en ocasiones, mis compañeros de piso. Hay algunos bares que medianamente se parecen a aquellos en los que echaba yo las tardes en Salamanca, pero me faltan aquí 1 el tiempo y 2 las personas con las que tanto rato disfruté en ellos. También me gusta caminar, hasta hartarte, y ver edificios y calles y tiendas y gente pasando, pero aquí las tiendas que hay son el Día% y el Spar, la de bragas que tiene Pepe y alguna librería con el escaparate forrado de cromos de Bob Esponja. Tienes el campo, que a mi personalmente me encanta, pero créeme que llega un momento en que te hartas de ver lo mismo, a veces pienso que conozco a las cientos de ovejas que se me aparecen cuando voy a correr y que podría ponerles nombre a cada una, que a la mañana siguiente todavía me acordaría. En fin...

Tal es la monotonía del lugar que, como Kant, la mayor parte de sus ciudadanos hacen todos los días exactamente lo mismo. Y yo, por circunstancias, me veo contagiado. Mis días en el limbo del candidato a residente comienzan a las 8,20. Con la misma melodía del despertador haciéndote pegar el mismo brinquito cuando duermes mirando siempre al mismo lado (no sé como empiezo boca arriba y acabo tumbado del lado izquierdo, no lo entiendo). Me levanto, voy al baño, me enfundo mi trajecito verde de salir a correr mientras el Sports Tracker calienta el GPS, me enfundo los auriculares, la gorra y los guantes y marcho a dar el paseo. Siempre por el mismo camino. Otra gente sigue la misma rutina pero en sentido inverso (de hecho creo que soy el salmón del grupo, empiezo la ruta al revés que todo el mundo. Les he puesto motes. Justo antes de entrar en camino rural tenemos al viejecillo demasiado simpático, el que primero encuentro todas las mañanas, justo al lado de un busto de bronce que, ¡oh sorpresa!, aparece cada mañana con un gorro (el busto, no el señor) a cada día más estrafalario: unos días tiene por montera unos cartones rollo grunge, otros una naranja estripada como si tuviera complejo de exprimidor, una bolsa (será para no mojarse el peinado) e incluso un día tenía un cono de plástico de los de las carreteras. Volviendo al señor, todas las mañanas me dice: ¿ya vas? y yo contesto: ya voy. Y hablamos medio minutín de si llueve más o llueve menos o de si habrá setas o espárragos. Sigo caminado un pelín rápido (para ejercer el adelantamiento) y me adentro en el camino. Aquí ya depende del día, pero poco varía. Tenemos al tío con pinta de profesor que me saluda como con desgana, a las supremas de Móstoles (tres marujillas que empiezan la mañana con mucha marcha), al de las ovejas, otro grupo que lleva un perro que se me tira encima y me mancha de barro los pantalones, un chaval bastante fuertote que va a correr como yo... y mis favoritos por goleada, los hermanos amargura (en inglés, los bitterness brothers), un chico y una chica de unos treinta a los que dejé de saludar porque me miraban con mala leche y pasaban de mí, como si mi hasta luego - casi de obligado cumplimiento en el pueblo - les hubiera roto esa maravillosa burbuja de luz en la que parecen vivir. Entre que los ves y no vas caminando, comiéndote el paisaje con la mirada pero a la vez temiendo encontrarte colgando de un árbol algo que no es precisamente un fruto (se ha puesto de moda columpiarse con una soga por aquí, será la crisis...) Sin darme cuenta llego a la huerta de mis abuelos. Conversación de minuto y medio. Sigo mi marcha. Llego a lo de mis tíos, justo a la entrada del pueblo. Conversación de minuto y medio. Sigo la marcha. Y me topo con el señor lelillo que me pone los pelos de punta. Aparece una o dos veces por semana pero siempre me pregunta lo mismo. Que dónde está mi abuelo, que qué he estudiado y que por qué no tengo trabajo. La primera vez le expliqué por encima el asunto de las oposiciones con algo de detalle. No se enteró. La vez siguiente le dije que a ver si me cogían en un hospital, que como están las cosas... y no se enteró. Ya le digo que estoy en paro y que le den por saco (esto último lo pienso). A veces tenemos alguna guess star, a destacar la vieja que, no sabemos como, me reconoció después de 5 años fuera del pueblo (cosa que muchos de mis compañeros de clase no logran) y le empezó a decir a uno que pasaba por allí que yo era muy listo y muy bello. Llego a casa (pensando en lo que hay que aguantar a veces) sintiéndote parte de un show. Me ducho. Desayuno. Y aquí la cosa se simplifica por las siguientes doce horas: estudiar ··> comer ··> super mario y serie en inglés ··> estudiar ··> merendar con Doraemon (lamentándome profundamente que ingenios de los 90 como el gorrocóptero o la puerta mágica hayan pasado a un segundo plano superados por gilipolleces absolutas como el espejo arrancapelos o el cultivador de boniatos) ··> estudiar (curiosamente en este bloque me despisto con frecuencia con un vecino que sale a fumarse un piti de cuando en cuando y llama fea a otra vecina, enzarzándose ambos en un duelo que persiste en el tiempo hasta que la muerte los separe) ··> cena con El Intermedio ··> estudiar again ··> mirar el WhatsApp ··> vaso de leche + lavado de piños + coger la postura otra vez, que toca dormir. Día sí, día también.

¿Y por qué the sleeping village? Se me viene a veces a la cabeza al pensar en todo esto el nombre de una stage de mi videojuego favorito, el mítico MediEvil de la PS1. El malvado Zarok, recién levantado de su mausoleo para dominar la vieja Gallowmere, había echado un embrujo a los habitantes del pueblo con la misión de atontarlos y de lanzarlos unos contra los otros para el autoexterminio. Así (así) comenzaba Daniel Fortesque su paseo por el pueblo durmiente. Se me antojan coincidencias en varios aspectos. Como en aquella villa medieval de la ficción, en los pueblos se vive como en un microcosmos que lo parece todo, como si no hubiera más allá. Sólo unos pocos privilegiados - los jóvenes, mejor dicho, algunos jóvenes, y poco más - salen y entran rompiendo su atmósfera alguna que otra vez. Pero ni esto ni la monotonía zombificante me crujen tanto como las gentes de los pueblos. De todos. Quien dijera que lo mejor de los pueblecitos son sus habitantes se quedó más a gusto que habiendo parido. Creo, y seguramente muchos coincidan, en que aquí la gente es simpática y agradable por delante, pero están esperando a que un ciudadano se salga un poco de la media para apalearlo en la plaza, para juzgarlo sin piedad como si cada cual no tuviera defectos, y lo observo y lo compruebo a diario. Seguro que para muchos debo ser el hijo de Juan, pobrecito, que tan listo tan listo y con cinco años de carrera pero está metidito en casa y en el paro porque nadie lo contrata. Y así con todos. ¿Que te divorcias? Montarán varias ediciones especiales de Sálvame Deluxe al brasero buscando las razones - e inventándoselas, qué mas da. Tu mujer una puta, tu un cornudo, sea verdad o mentira. ¿Que te han dejado en el paro? Pobrecitos, a ver qué hacen ahora (mientras sus mentes dicen que se jodan). ¿Que vas a salir del armario? Cuidado, si por algo destacan los pueblos es por su machismo y cerrilidad. ¿Que te pica el qué dirán? Definitivamente este no es tu sitio.

En resumen y conclusión, un pueblo es bueno para dos días, para una semana. La quincena ya rasca. Y cuando estas en ellos más tiempo, especialmente si vienes de ciudades tan espectaculares como Cáceres o Salamanca, o te disuelve su dinámica o, como en mi caso, te sientes incómodo de formar parte de ella, deseando de marchar a un sitio más abierto, más entretenido, más plural, más libre y con una atmósfera que no sea tóxica en dosis prolongadas...


Así es que a seguir con los bichitos, mi billete a la libertad...

sábado, 9 de junio de 2012

Alerta... ¡roja!


Esta tarde, a las siete y media, llegaba una noticia que, cuando aterrizó en otros países, puso los pelos de punta – y con razón – a más de uno. El Govierno (has leído bien) de España ha tenido que dar su brazo a torcer, ha tenido que dejar de un lado el orgullo que lo caracteriza, para rogar a Europa que el continente entero pague por la gloriosa (mierda de) gestión bancaria que durante años se ha mantenido en esta miraculous Spain que no resultó ser más que un sueño. Resacosa, España comienza a levantarse a trancas y barrancas de la cama para ir al médico. La receta, cien mil millones de euros. Y tendrá que devolverlos como sea.

En ocasiones se dice que se tiene lo que se merece. Y España, como país, como conjunto, quizás tendrá que pagar la penitencia que lleva en un pecado que se extiende en el espacio y en el tiempo. Obviamente, como todo país, está integrado por un microcosmos de personitas diferentes entre sí, pero una visión de conjunto de éste en el que vivimos no arroja precisamente una buena imagen. Reconozcamos que España es un país orgulloso, muy flamenco, con un complejo de superioridad que empieza con la llegada a América y con el que se ha dado de bruces en numerosas ocasiones, la última vez en la actualidad, cuando ha pasado de ser una (supuesta) potencia económica relevante para Europa a darle serios problemas al continente. Es un país no vago, sino más bien paradito. Nos va la fiesta más que a un tonto un lápiz. En Cuarto milenio dicen que es preocupante el ingente número de casos de abuelas que mueren cinco veces para que sus nietos, fingiendo que han ido a su entierro, se tomen el día libre para irse, en realidad, a tocar las palmas delante de una virgen de escayola (y, de paso, a ponerse como Las Grecas, y me súa la poia y los cohones que en la Biblia – Gál 5, 19-21 – digan que a Dió no le guhtan los ehcezoh). Desgraciadamente, no es una leyenda urbana el que un pueblo de Extremadura haya decidido en referéndum gastar 15,000 € en corridas de toros antes que dedicarlos al dañado empleo local. El nuestro es, por si fuera poco, un país pícaro, donde, como dice mi abuelo, todo el mundo es honesto… hasta que le ponen a tiro un montoncito de dinero ajeno. Aquí roba hasta el más tonto. Del más probe a aquel que se hace llamar Mr. Liebert en sus negocios para no manchar el real apellido Urdangarín. Pero no solo eso. Parte de esa picaresca está en que cuanto más sisas, menor (que no mayor) es el castigo que te ponen. Para muestra un botón: va un señor (algo tocado, todo hay que decirlo) y se lleva un chupete y un biberón de una farmacia, y le caen nueve meses de cárcel. Va otro, metido hasta las patas en una trama de concesión ilícita de contratos con dinero público, y ¡qué cosas! Sus amiguitos los jueces deciden que sea un jurado popular (y, seguramente, tan ppular) quien decida su destino. Resultado: 4-5, queda usted en libertad sin cargos. Igual se encontró los trajes debajo de un naranjo… Es vox populi, y desde siempre se ha dicho: Spain is different. Esa frase que en tantas camisetas aparece se nos ha vuelto un poco en contra de un tiempo a esta parte.

Pues eso. Que por ser nos como somos, torpeza infinita, pasamos a ser propiedad de la Unión Europea. Por haber vivido a lo loco, por encima de nuestras posibilidades, y por no verlas venir, vienen años muy áridos. Hoy queda claro que nuestro país pasa a engrosar, con Grecia, Irlanda y Portugal, el pelotón de los perdedores de esta guerra abierta de poder en Europa. ¡Pero no pasa nada! Mañana domingo ‘la Roja’ se estrena contra Italia en la UEFA Euro 2012. Cerca de 10 millones de ovejitas se pondrán delante del televisor a ver cómo el esférico va y viene, va y viene, vuelve a ir y a venir, hipnótico. Italia o España, sólo una de ellas se proclamará nación más grande e intergaláctica del espacio exterior. De mierda hasta las cejas, sí, pero España es el mejor país del mundo desde 2010, así es que no pasa nada. Los jugadores, muchachitos jóvenes, con más bien poquito cerebro (juzguen), reciben cantidades desorbitadas de dinero por darle cuatro patadas a un balón y se casan con modelos de pasarela. Se convierten en objeto de culto para los españoles durante unos días, son más sagrados que Dios (cágate en el altísimo, que nadie te dirá nada, pero sal mañana por la tarde a la calle ahora y di algo negativo sobre Iniesta o la selección, que vas a ver dónde te saltan los dientes…). Quizás esos dioses terrenales sean, en parte, fiel reflejo de la España de la que yo hablaba: orgullosos, la mayor parte de ellos fiesteros, y muy, muy pícaros (hay que serlo para llevarse a Austria la prima de 214,000 € que recibió cada uno con el fin de tributar un 20% allí en lugar de hacerlo con un 43% en España… ¡Yo soy austriaco, austriaco, austriaco!).

En fin. El lunes irá Manolo a trabajar, con la resaca de la selección y del Corpus Christi, y le dirá, orgulloso de sabe dios qué, a Klaus: ¡Soy Español! ¿A qué quieres que te gane? Si yo fuera el alemán le diría: a gestionar la economien, gilipollen.



sábado, 21 de abril de 2012

Cien días (y los que te rondaré, morena)


El día 20 de Noviembre, coincidiendo con el aniversario de la muerte de un dictador, los españoles, haciendo uso de su derecho y deber democrático, decidieron que la era Zapatero debía llegar a su fin. La izquierda, brutalmente golpeada en las urnas, se resignaba y reconocía los muchos errores cometidos durante la segunda legislatura socialista, mientras que la derecha afrontaba con ilusión el reto de devolver España a un puesto clave en el desarrollo. Promesas infinitas por cumplir que traían la esperanza a un país severamente castigado por una crisis económica que explotó en la cúspide de la pirámide pero que acabó desmoronando a la base, jodiendo a los de siempre. Subir pensiones. Optimizar la sanidad y la educación sin mermar su presupuesto. Mantener e incrementar derechos. Todo precioso. El programa perfecto, la circunstancia perfecta. Mariano aparecía un mes después en el Congreso para inaugurar la XI legislatura con una holgada mayoría absoluta. Ese 22 de Diciembre nos tocó a todos el Gordo.

Sería la última vez que lo veríamos en semanas, en bastantes semanas. Esperaron a que nos comiésemos el turrón, a que anduviéramos hartos para no aguarnos la fiesta. A principios de año, con Soraya al frente, se ponen todos de acuerdo y nos hacen saber que las cosas están peor de lo que ellos pensaban. Que el gobierno de ZP, el eterno culpable, había maquillado números. Que la casa tenía más mierda de la que habían esperado. ¡Pero tranquis todos! los Sancti Popularii vienen al rescate. La tremenda e inesperada herencia socialista, el huevo que cagó una irreconocible izquierda durante cuatro años, se convierte en el huevo de oro para el nuevo ejecutivo. La piedra angular sobre la que justificarán todo lo que tenían en mente. El pilar encima del que limpiarse el culo con el programa electoral que un mes antes les llevó al gobierno.

Nunca antes un gobierno perdió intención de voto en su primer mes de estancia. La sangría fue escasita. Pero hablar de ocho puntos menos tras solo tres meses de mandato dice mucho – demasiado – sobre lo que los propios votantes del PP opinan de lo que están haciendo. La palabra mágica, el mantra con el que pretenden arreglarlo todo, es recortes. Contener el gasto y ahorrar. ¡Qué hay más lógico que esto! En cualquier casa ajustadita el ahorro es la primera medida que ha de tomarse para salir adelante. Pero, como decía Aristóteles, todo ha de venir en su justa medida, quedar en el término medio. Y esta gente está podando todas las hojas del árbol, no va a dejar ni una, y, sin fotosíntesis, el riesgo de muerte es mayor que nunca. ¡Qué hay más lógico que esto! Marianico el Recorto mete la tijera en Educación. Manolo, profesor, a la puta calle (lo que obliga a Pepita a hacinar alumnos en el aula). Manolo al paro. Le da por llover, y el tejado de Manolo gotea. Manolo prefiere poner un cubo y aguantarse hasta que el Espíritu Santo arregle esto. Manolo no contrata un albañil. El constructor no tiene obras, ya no necesita a sus empleados. Paquito a la puta calle. El niño de Paquito acaba en mala hora el bachillerato y quiere estudiar. ¡Qué coño, si la Universidad está más cara que nunca! Nace un nini a la fuerza. Y unos cuantos profesores de facultad a la puta calle. Y la pescadilla se sigue mordiendo la cola mientras los españolitos se muerden las uñas y se comen los mocos… Caerán educación (-3,000 millones), sanidad (-7,000 millones, ¡hola repago!), I+D+i (-25%) y cooperación internacional (-40%). Pero ni hablar del peluquín de tocar a los aliados: el ejército (-8%) seguirá paseando la cabra sin muchos problemas; la Casa del Rey (-2%) seguirá tapando lo mejor que pueda los viajes a Botswana del Rey, y lo que es peor, seguirán las prédicas de la Iglesia Católica (¡¡-0%!!) sobre ese ser mitológico que es Jesús, y más cómodamente que nunca. ¡A lavar cocos se ha dicho!

Pero no se han conformado con sacar la tijera. En el nuevo gobierno se ha quitado la máscara hasta el señor Gallardón. Un político que me encantaba, un hombre de centro-derecha, moderado de verdad, respetable. Hasta que se ha puesto a decir tonterías y absurdeces sobre la mujer: que si existe una violencia estructural (¿!) que empuja al aborto, que si la mujer sólo es mujer completa cuando pare… Hicieron a ñicos esas máscaras con una reforma laboral que pone a huevo el despido ¿para estimular la contratación? y que nos aleja a los jóvenes del acceso al mundo laboral una vez terminamos la carrera. Una reforma para (que la CEOE consiga) gobernarlos a todos. Y mientras que este huracán de medidas apenas ha sacudido los pocos pelos que le quedan a Emilio Botín en la cabeza, mientras que a los que han estafado a hacienda de gordo se les va a perdonar si traen a España el dinerito que han blanqueado para que los banqueros disfruten de él, se esperan medio millón de parados más para fin de año. Y los impuestos suben, a veces de forma encubierta. Y hasta la Fundación de Cajas de Ahorro de España (FUNCAS) da por hecha una pronta subida del IVA hasta el 25%.

Y como esto no hay quien se lo trague… ¡vamos a controlar mentes lábiles! Y como ni Sálvame ni el enésimo Barça-Madrid resultan suficientes para eclipsar semejante bulto, ¿qué mejor que asaltar la radiotelevisión española? Volvemos al NO-DO. A los tiempos de Urdaci. Se acabó la etapa más espléndida de una TVE que cae en picado desde que llegó Mariano al gobierno. La TVE que, con Lorenzo Milá y Pepa Bueno, ha cosechado el premio internacional a mejor informativo ¡del mundo! en 2009 y ha quedado en segundo puesto en 2010 y 2011, superando, entre otros criterios, el de la imparcialidad. Volvemos a los tiempos de ‘nah, esto son unos hilillos’ y del ‘se han encontrado cintas del Corán al lado de los detonadores y Al-Jazeera ha recibido un vídeo de Ben Laden reclamando la autoría del atentado… ¡pero ha sido ETA!’. La tele pública se convierte en la alternativa a Intereconomía. Quién sabe, lo mismo en Eurovisión 2013 Bertín Osborne se marca una canción sobre lo bello y hermoso que es el arte del toreo…

España está hasta los huevos. Sus políticos no dan la talla. La derecha se mata en las gráficas mientras que una oposición sin rumbo no remonta el vuelo, y en vez de renovarse y proponer nuevas ideas y nuevos líderes punteros, elije a los perdedores de las últimas elecciones (¿qué hacen Vara en Extremadura y Rubalcaba en España al frente del PSOE?). Nadie parece tener lo que hay que tener para aplacar al dragón de la crisis. Aznar sembró el problema con la ley de suelo, Zapatero lo regó y abonó en vez de verter herbicida y arrancar el asunto de raíz, y ahora Mariano usa las tijeras para todo menos para podar la planta carnívora que ha crecido en este jardín y que nos va a roer a todos. Sigue así, Mariano. Aúpa a los curas. Deja sin atención sanitaria al sin-papeles. Priva a las clases media y baja de la educación universitaria. Alimenta al gordo y deja morir al flacucho. Ríele las gracias a la ultraderecha. Sigue así, que España pedirá pronto la cabeza de tu partido. Mucho pronunciaste lo de ‘anticipar elecciones’, pero puede que lo escuches muy pronto (¿en menos de un año en Extremadura?). Y que pase el siguiente, a ver si a la tercera va la vencida…

Se buscan políticos de verdad. De los honestos y buenos. De los que sirven al pueblo. De los que cumplen lo que prometen. De los que explican sus decisiones. De los que dan la cara cuando hay problemas. De los que ya no existen. 

miércoles, 4 de abril de 2012

Día gris


Miércoles santo, amenaza lluvia. España, uno de los últimos bastiones católicos que aún quedan en pie en la vieja Europa, celebra la Semana Santa, esa fiesta en la que las calles se pueblan – con el permiso de Paco Montesdeoca y Mario Picazo – de turistas, de nativos que regresan a sus casas… y de figuritas ensangrentadas, lastimeras o con lágrimas de dolor de tamaño extra grande. Tambores y música enlutada por todos lados. Dicen que celebran la resurrección de su mesías (resurrección que fue ideada centurias después por los concilios para hacer más contundente el relato del Nuevo Testamento), pero para mí que interesa más el tramo que va desde que lo enganchan en el Huerto de los Olivos hasta que lo clavan en una cruz. Vende más la muerte y el dolor.

Mi pueblo está hoy triste, son varias las razones. El tiempo no acompaña, un montón de nubes no nos dejan ver el sol. A las doce de la mañana doblaron, por primera vez hoy, las campanas de luto. Uno puede pensar que se trata de uno de esos rituales en los que se reúnen un montón de viejecitas y se regodean en lo turbio de la historia que estos días se rememora, pero no. Es un funeral por una persona de verdad. A las cuatro y media de la tarde, vuelven a sonar, ya es el segundo. A la vuelta de pasear al perro, cuando me dispongo a entrar en mi casa para estudiar un rato farmacología (ya ando preparando las oposiciones, con permiso de Mariano), me encuentro con que todos mis vecinos están en sus puertas, mirando todos al mismo punto. Me da por asomarme y me encuentro con un cortejo fúnebre de los que ya pocas veces se ven. Una señora de 88 años, vecina nuestra, murió ayer tras unos meses de enfermedad. Cargada la caja en la parte trasera, el coche fúnebre comienza a avanzar, despacito, mientras que unas cien personas caminan detrás, algunas llorando, otras con gafas oscuras para disimular la procesión que llevan por dentro. Así, a las cinco y media tenía lugar el tercer entierro del día. Seis. Me encuentro escribiendo estas líneas y las campanas vuelven a doblar en el mismo plan. Un pueblo lleno de dolor se encamina, por cuarta vez hoy, a la iglesia. Esta vez lloran a alguien que no debería estar allí, un chico muy agradable que no alcanzó la mayoría de edad. Entretanto, yo en casa, inquieto. Imaginando todo el dolor que hoy ha desfilado por ese edificio, no consigo acordarme del nombre de ni uno solo de los antihistamínicos.

La fallecida que ha pasado por delante de mí era María, una vecina de las más agradables, a mi hermana y a mí nos tenía un cariño enorme. Volviendo la vista atrás, recuerdo haberla saludado no hace mucho en la puerta de su casa, de la que hoy salía por última vez. Me he quedado alucinando. Igual con el chaval. Aunque lo conocía de poco, hoy me es difícil asumir que no voy a verlo otra vez bajar por mi calle y saludarme como acostumbraba. Son cosas que nos recuerdan que los que hoy estamos, mañana podemos no estar, sin excepción. Nadie se le escapa, tarde o temprano nos encuentra, y no hay ciencia ni religión que se haya burlado de ella aunque retrasen su llegada o consuelen a los que la han conocido de cerca. Hace que nuestros conocidos pasen a ser un bonito recuerdo del pasado, que cuando viene a nuestra memoria hace que se nos encoja el estómago y nos acordemos de aquello del tempus fugit. Destroza vidas, las de los que se lleva y las de los que quedan. Comete el crimen perfecto: millones y millones de años y todavía nadie conoce qué ocurre con los que se lleva. En días así la muerte nos deja tristes. Si tienes suerte y las campanas no suenan por uno de los tuyos, todavía puedes reflexionar sobre lo que ocurre, sobre el hecho de que estamos aquí de paso, sobre el sentido de todo esto; si no tienes suerte, cuando sales de la espiral de dolor en la que te sume el luto malamente te acuerdas de lo ocurrido en las exequias.

Y es que, si nos ponemos a relativizar, no somos nada. Por la ventana, veo a más gente de negro dirigirse a la iglesia (a ver si algún día establecen el funeral civil en este pueblo). Aún así, en medio de todo, por las nubes aparecen algunos rayitos de sol, y es que después de una tormenta siempre acaba por llegar la calma. Ellos, los que se van, quedarán siempre en nuestros corazones; a fin de cuentas las experiencias que compartimos nos han construido como personas. Y no podemos hacer más que recordarlos, hoy por hoy es imposible cualquier otra cosa. Los que quedamos por aquí tenemos que continuar caminando, disfrutar de cada día no como si fuera el último, sino como si fuera el primero. Cuidarnos y cuidar de los demás para evitar, en todo lo posible, la llegada de la parca. Y seguir buscando un sentido a la vida y a nuestra vida, cada uno en lo que quiera: en las personas, en la ciencia, en las religiones… A fin de cuentas, todos acabaremos conociendo qué hay después, sin excepción.

Hoy ha sido un día gris. Lo mismo mañana sale el sol.

sábado, 25 de febrero de 2012

Press start to play


Febrerito el corto se me iba sin dejar una entrada que alimente este rinconcito de la web que a pocos interesa (y por eso me gusta). Es curioso, porque con la situación que tengo ahora mismo – prácticas de fin de carrera en un hospital extremeño – tengo infinitamente más tiempo libre que el que tenía cuando la USAL me hacía pasarme con los codos pegados a la mesa de sol a sol (literalmente). La verdad es que no me ha cabreado nada últimamente (y por todos es sabido que la musa bloguera sólo me visita cuando me enfado), así es que hoy toca tema blanco.

Debían aburrirse mucho Aleksei Pazhitnov y sus amigos en su estancia en la Academia de las Ciencias de Moscú, en el corazón de los 80. Sería el frío, o lo que fuera. El caso es que un buen día, quizás mientras se la tocaban a dos manos, se les ocurrió una idea que mantendría entretenido a medio Occidente durante horas y horas a lo largo de los siguientes años. Piececitas con formas sencillas formadas por unidades cuadradas simples caen desde cielo abierto dando tiempo suficiente para rotarlas. Después, caen en la tierra, unas sobre otras, formando líneas que desaparecen si están completas. Nace así el tetris, cuyos derechos de autor pasan a formar parte del gobierno del Kremlin (cosas del comunismo). Sería uno de los primeros de una enorme ristra de videojuegos, esos programitas ejecutados en consolas que tantas horas de diversión, incluso obsesión, han proporcionado a la humanidad desde entonces.

Mi relación amorosa con ellos comienza a mediados de los 90. Cuando mis padres me llevaban con ellos a comer de tapas los domingos, me quedaba embobado con aquellas máquinas en las que había que echar una moneda de veinte duros para jugar un rato. A veces, ellos o mis tíos se sentaban conmigo y, en efecto, le ponían las cien pesetas a la máquina para jugar un rato (ellos, yo miraba frustrado mientras me decían que yo era muy chico para esas cosas, y que acabaría la partida en un momento). Eran armatrostes muy toscos, con botones de colores y una palanquita pequeña, a cuyos mandos se ponía, de cuando en cuando, algún adolescente noventero con cara de mal follado. Tardé en tener mi primera consola, una Sega Master System II desechada por un amigo de mi padre. Estaríamos en el 1996 o cosa así. Entre él y mi tío Edu montaron el trastajo en la tele de casa (la de cables que no tendría aquello), metieron un cartucho y, esta vez sí, me dejaron al mando de la situación. Me dio la bienvenida a este mundo una pantallita azul en la que ponía Wonderboy in Monsterland, que te pedía que le dieras a no sé cuál botón. Hecho esto, salía un muñequito semidesnudo que entraba en la tienda de una bruja que le daba una armadura y una espaducha. Después tenías que echarlo a andar por un universo plano que, a los ojos de un niño de siete años, parece poco menos que onírico. Cogiendo monedas y sacos de dinero. Comprando y vendiendo. Yendo al centro de salud a que le curasen las heridas y le llenaran la barra de corazones. Matando setas endemoniadas. Buscando rincones secretos donde se ocultase el pez gato que te daba una ocarina. En resumidas cuentas, todo un vicio, un motivo para que llegase el fin de semana.


Y digo fin de semana porque mis padres me restringieron el uso de la consola a dos horas en sábado y otras dos en domingo, preferentemente por la mañana. Hicieron de puta madre: si me dan carta blanca no hubiera tenido infancia, me hubiera pasado enganchado a aquella pantalla de por vida, y no hubiera tenido la que hoy es por mí recordada como la etapa más feliz de mi vida (con permiso de mi juventud, para mí comprendida entre los 18 años y nuestros días). Viendo que me gustaba el asunto, el día que me metieron el club de los chupacirios (a.k.a. primera comunión) me regalaron (para compensar semejante putada) la mítica playstation (hoy conocida como psone). Fue un placer agarrar aquel mando con tantos botones que vibraba y vibraba, pero todavía recuerdo lo mal que lo pasé cuando dio mi otra consola a unos amigos. Salían así de mi vida no solo Wonderboy, sino también Sonic the Hedgehog o Alex Kidd. Y dejaban paso a Spyro el dragón  o Sir Daniel Fortesque, este último protagonista de mi videojuego favorito, Medievil. Sir Daniel Fortesque, un esqueleto resucitado por accidente gracias a la maniobra de un malvado brujo hechicero – Zarok – recorre una decadente tierra medieval (coincidente con el actual suroeste de las islas británicas) destrozando con diferentes armas (mi favorita, la ehpada máhica que le daba una estatua con acento andaluz) a un ejército de zombis, dejando ver una historia muy bien hilada y de argumento variado. Sin exagerar, hoy puedo decir que me he hecho este juego unas veinte veces, en los veranos de mi dura adolescencia antes de ir a casa de mi prima a quejarme con ella y mis amigos de lo asquerosa que era nuestra vida.

 

Ya en Farmacia me sumo al Plumber Team: en segundo de carrera me cae la Nintendo DS, el complemento ideal para antes de irse a la cama en esas pseudovacaciones de pascua o navidad en las que te pasas día sí, día también estudiando unas doce horas. Qué bien me lo habré pasado con Mario Kart DS, la de risas que me he echado yo solito, como un puto perturbado mental, mientras jugaba al Mario Party DS. Con ella aprendí a jugar al ajedrez en las calurosas noches del verano extremeño. Y en cuarto de carrera, la Wii, toda una revolución. Toda una experiencia ese Mario Kart Wii con su volantito. Y, si quieren un videojuego bello, prueben cualquiera de los Mario Galaxy: explota al máximo las posibilidades del mando de Wii, tiene increíbles escenarios… pero lo mejor de todo: la música de orquesta que de fondo pone la Mario Galaxy Orchestra, no tiene ni el más mínimo desperdicio.

 

Tienen sus inconvenientes. A todos nos suena eso de los videojuegos radiactivos superepilépticos de Japón, esos en los que el mismísimo Picachu soltaba una castaña eléctrica y dejaba a los niños medio idiotas en el sofá de casa. A todos nos suenan casos como el de aquel inglés que murió de trombosis venosa profunda después de pasarse hasta doce horas diarias delante de la Xbox 360. Pero son casos raros, extremos; sólo padres ultraconservadores y rancios podrían generalizarlos para prohibir a sus hijos un poquito de diversión. La verdad es que, usados durante un tiempo decente (personalmente recomendaría seguir la estrategia de mis padres), los videojuegos pueden tener importantes aplicaciones. La primera de las que se me ocurren es la moralizante: los videojuegos están cargados de mensajes sobre el bien y el mal que no escapan a nadie. En la mayoría, el protagonista es el héroe bondadoso que lucha contra el malo (e.g. binomios como WonderBoy – MechaDragon, Daniel Fortesque – Zarok o Mario – Bowser) para salvar a su pueblo o a sus amigos. Se sacrifica y arriesga su barra de corazones por aquellos a los que quiere. Se esfuerza por llegar a la última pantalla. En este paquete podríamos entrar, aunque fuera con calzador, a esos videojuegos violentos en los que un par de chinos japoneses mandarinos se sacuden o en los que un soldado americano rapado le da pal’pelo a un terrorista islámico. Más cuestionables a ese respecto son otros como Asassin’s creed, que como tales están catalogados para adultos que (se supone) cuentan ya con una moral y una distinción del bien y del mal claramente establecidas. Otra es la orientación espacial que adquiere el jugador, que le permitirá más adelante entender con claridad las matemáticas vectoriales o, incluso, sacarse el carnet de conducir sin muchas dificultades. Por otro lado, el videojuego no tiene el por qué ser un acto solitario: ¡total no habré echado yo partidas al Tekken o al Smash TV con familiares y amigos! Y con una cierta edad te puede dar ideas sobre cosas a las que jugar en la calle o en el campo. Y hay más: ayer leí en el ‘Muy Interesante’ que hay estudios relacionados con la calidad del sueño que asocian a los gamers una mayor presencia de los llamados ‘sueños lúcidos’, aquellos en los que el individuo es consciente de que está soñando y puede dirigir el cortometraje en el que Morfeo le ha sumido. Esto hace menos incidentes las pesadillas, lo cual podría tener utilidad en el tratamiento del síndrome post-traumático, especialmente en menores.

Personalmente dudo que olvide aquellos sábados en los que un ratito de videojuegos precedía a una inigualable tarde de juegos en el campo, aquello era infancia. No olvidaré a Wonderboy, llevo un poquito de su valor y de su espíritu aventurero dentro de mí. Tampoco a Sonic, del que aprendí que hay que ir a por lo que quieres rápido como una bala pero disfrutando del camino. Ni a Daniel Fortesque, del que copié la perspicacia y el sentido del humor. Ni a Mario – ¡ni a Boo, mi personaje favorito! – y su constante alegría. A este paso, me veo con treinta y tantos, doctorado, con trabajo estable (uno que sueña), y con mi pareja al lado echando los dos una partidita… En su justa medida, el videojuego puede dar mucho. Muchísimo.

martes, 31 de enero de 2012

Polaris


Todos los personajes y ubicaciones que aquí aparecen son ficticios. Cualquier parecido con la realidad presente o futura provendrá, sin duda, de tu sugestionada mente...

Era verano. Las dos de la mañana. Y el único manto que cubría su cuerpo estaba hecho de estrellas.

Había clavado su mirada en aquella marea de puntos blancos que sólo se ven en un sitio tan puro como en el que se encontraba. En el campo, en la parcela que perteneció a sus tíos. Ahora suya, porque después de tanto tiempo codiciándola tras la muerte de aquellos reunió el dinero y el valor suficiente para hacerse con ese lugar que, no obstante, siempre tuvo como suyo. Volvía allí siempre que podía, cuando tenía vacaciones, cuando quería desconectar de banalidad urbana. Cuando, en cierto modo, quería encontrarse consigo.

Yacía sobre una tumbona de esas de chiringuito, en el porche de la casa. Dentro todo estaba a oscuras salvo su habitación, desde donde asomaba, tímida, la luz de una lámpara de escritorio. Él estaba arriba, ultimando unos bocetos de un edificio que debía presentar a la vuelta. Fuera, también oscuridad. La luna era nueva, y sólo unos grillos rompían un contundente silencio. El ambiente era óptimo para lo que estaba haciendo: nada.

Su trabajo quedaba física, química, espacial y temporalmente lejos. Se le daba bien. Y había logrado cierto éxito en su campo. Y lo que es más importante, le gustaba, aunque a veces rabiara de estrés. Sin embargo todo era mejor ahora: en la universidad se mataba a estudiar sin cobrar nada, de sol a sol, sin poder ver las estrellas. Después de lograr el título, un periodo de miedo, de tomar decisiones, de arriesgar. Todo en un marco de crisis que aún duraría algún año más. Creció poco a poco, tuvo tiempo para sí, pudo hacer nuevos amigos, llegó a conocerle. Aunque todo lo que tenía giraba, en cierto modo, en torno a su trabajo, había logrado trabajar para vivir y no al revés, y no por ello se sentía menos profesional. El caso es que tocaba descansar de su trabajo, de su vida cotidiana. Y eso se le daba genial.

Y allí estaba. Contemplando las estrellas – un platito de avellanas que de día se recoge y de noche se derrama, decía Gloria Fuertes. Se sentía insignificante ante aquella inmensidad, pero sus sueños habían sido y eran tan grandes como todo aquello. Había luchado por hacerlos realidad y, poco a poco, con esfuerzo y mucho optimismo, había conseguido superar todo lo que se interpuso en su camino, volviendo a resplandecer después de cada eclipse. Bajo la bóveda celeste, a aquellas horas de la noche, le echó una sonrisa a la estrella polar – el único puntito que identificaba – y se sintió cómplice de ella, pues la brizna de hierba que sobresale siempre tuvo todas las papeletas para ser recortada.

En ese momento de humilde felicidad percibió que, por fin, todo quedaba a oscuras. Él había terminado su tarea, oficialmente estaba de vacaciones. No tardó en salir y recostarse en la misma tumbona, dándole un abrazo. Tras un rato de silencio le habló de los griegos y los romanos, de cómo habían vigilado la noche y habían unido los puntos del cielo para hacer animalitos y escenificar su mitología. Le habló de Ofiuco y su serpiente, de Orión y su cinto de tres estrellas (π3, π4 y π5), de Perseo y de las Perséidas, hasta de una constelación que se llamaba ‘El Triángulo’. Le contó que Aldebarán, el ojo de Tauro, significaba en árabe ‘la seguidora’, porque parecía perseguir en el cielo a las pléyades a lo largo de la noche.

-          Pues a mí eso no me parece una Osa, ni mayor ni menor… - le dijo cuando le ubicó la Estrella Polar en la constelación.
-           La vida puede ser tan bonita como quieras. De hecho, sólo tienes que quererlo – dijo él.

Malamente había terminado la frase cuando, por instinto, se volvió a él y le besó. Tiempo más tarde rememoraría esa noche sin poder decir si hicieron o no el amor. Sólo recuerda que deseó con todas sus fuerzas ser Polaris y no Aldebarán. Para él y para todos. Y que, pocas horas después, el sol los descubriría dormidos allí mismo.




domingo, 22 de enero de 2012

Cruce de caminos


Es un día como otro cualquiera. Te levantas y caminas, en línea recta, hacia delante aunque a veces las cosas se tuerzan. Por la noche sabes que volverás a dormir, y que mañana repetirás el ritual. Pero un día, lo hayas visto venir o no, el paisaje cambia. O el camino se divide en dos, tres o mil veredas diferentes. Tus esquemas se caen, el equilibrio se ha roto. Toca reestructurar tu ritual, hacerte un nuevo esquema, establecer un nuevo equilibrio con las condiciones recién introducidas. Estás en una encrucijada, y debes resolverla antes de que ella te resuelva a ti.



Hoy toca bajarse de las nubes y poner los pies en la tierra otra vez, después de cuatro días de rabiosa alegría en los que se ha celebrado – o escenificado – la graduación de la promoción 2007 – 2012 de la Facultad de Farmacia de Salamanca. La que ha sido mi casa durante estos últimos cinco años. La ceremonia ha dejado momentos que me han llenado de vida: instantes de protocolo que te hacen sentir adulto, momentos alegres que hacen que tus manos duelan de tanto aplaudir, y momentos emotivos, algunos de los cuales he tenido el orgullo y el honor de propiciar con mi participación en la elaboración del álbum de fotos ya tradicional en estos eventos. Momentos que he experimentado al lado de mi familia, pero también en la inestimable compañía de mis compañeros de clase, pero especialmente de los que durante estos años, especialmente en el último periodo, han sido y serán, si ellos quieren, mis amigos, algunos compañeros y otros, como las geniales Carmen y Marta, procedentes de otras esferas (habéis infundido en mí confianza para creer que puedo hacer amigos fuera del trabajo). Ese día todos mis mundos se alinearon, el de San Vicente y el de Salamanca, para darme lo mejor de sí mismos. En mi memoria y en mi corazón permanecerán para siempre, como nos cantó mi estimada agente pollo (Andrea) al final del acto, los instantes que he vivido con ellos, unos mejores y otros peores. Las innumerables guarradas que soltaba con Luz y Adolfo, el calor que da Lucía, la sonrisa de Bárbara, la inocencia de un Carlos, la solidez de otro, la profesionalidad y cercanía de Ana, los sueños de Andrés, la libertad de Álvaro, la madurez de Lisa, el desparpajo de Alba Sofía, la alegría de Irene, los Debates sobre el Estado de la Nación con Germán y Sara, la profunda admiración que me despierta Fernando… Y podría estar así todo el día, formando frases para la Historia con nombres como el de Noemí, Tabea, Celia, Silvia, Roberto, Alfredo, Teresa, Ana, Alberto, Howard o Joaquín. 


Mi vida, ahora mismo, depende de un bombo, de un número, de un instante al azar. Decía que escenificamos ayer ese fin de carrera porque la carrera no ha llegado a su fin. Faltan las prácticas, que por desgracia pondrán tierra entre nosotros. Será la primera bifurcación, el primer crucero con el que me tope en mi futuro inmediato, y espero que, allá donde vaya, pueda seguir adelante, conociendo a nuevas personas iguales o mejores que las que me llevo en el bolsillo después de este lustroso lustro, encontrando amistad y, quién sabe, amor. En Julio volveremos a vernos, seguro que antes también, para poner, entonces sí, punto y final a nuestro andar por la USAL. Y después seguirá la vida, con nuevas bifurcaciones, con la necesidad de tomar decisiones todavía más retorcidas, con ilusiones. Y sin duda, con gente como vosotros al lado, no será difícil adentrarse en nuevas rutas y establecer un equilibrio que satisfaga la ecuación de cada uno. Ahora mismo la ilusión habita en mí, trata de conquistar la parte de mi alma que ahora mismo ocupa el miedo, y quizás su lucha sea posible gracias a vosotros, que habéis erradicado de mi interior viejos miedos y complejos. Por desgracia sois mi pasado, pero, si queréis, tendréis un lugar de honor en mi futuro. 


Mi más sentido homenaje a mi familia, mis amigos, mi pueblo y Salamanca. Por haberse quedado con un pedacito de mí. Por haber dejado en mí un pedacito vuestro. Enhorabuena… y hasta pronto.