sábado, 25 de diciembre de 2010

Cómo escribir 2011

31 de Diciembre de 2010. Alguien*. En algún lugar.

-          ¿Tenéis ya las doce uvas? Pélalas, que todos los años acabas escupiendo algún hollejo a la cara de Ramón García, y luego me toca limpiarlo a mí.

-          Sí, claro – dijo, mientras pensaba que Ramón García ya ni siquiera daba las campanadas.

¿Dónde están ya los noventa? El pensamiento llegó a su mente mientras miraba a algún punto inexistente entre sus ojos y el plato de uvas. Con nostalgia. Bendita infancia, cuando te lo creías todo y cuando la navidad se escribía Navidad y no navidad. Y es que esa noche empezaba una nueva década, la segunda que no llevaría ya el sello de los años que abarcaron su infancia.

-          Con esa cara de gilipollas no encuentras pareja en tu puta vida, criatura – dijo el tío de turno que sólo ve dos veces por año.

Gracias a esas palabras dejó de mirar a ese indeterminado punto entre cara y uvas y levantó la cabeza. Sin ganas sonrió al emisor del mensaje, y para hacer con que hacía algo más útil que lo que hasta el momento estaba haciendo (dar sombra) se puso a pelar las uvas.

-          ¡Quedan ya diez minutos! ¡Qué nervios, ya viene un año nuevo, qué emoción! – Exclama la Igartiburu medio desnuda en una terraza de Madrid a casi bajo cero – Les vamos a explicar cómo funciona el sistema, no sea que se dejen alguna uva por comer, como cuando Marisa Naranjo

Qué nervios, dice… Si esto lo tengo más visto que a la puñetera Esteban, ‘mentiendes?’. Su sistema neuronal, de todas maneras, le recordó a traición que primero sonaba el carillón. Después un gilipollas – o dos – enredará con el láser, apuntando a la esfera del reloj de la Puerta del Sol. Después cuatro cuartos (¡ding-dong!) que nadie sabe para qué sirven. Y finalmente, las doce campanadas, a uva por campanada y con tres segundos de diferencia entre una y otra, para masticar. ‘Qué cutre, qué asco todo’, pensó mientras su científica mente le decía que el reloj está diseñado para ponerse a sonar justo cuando dan las doce. ‘Todos pensando que con la última uva empieza el año… y resulta que con la primera campanita del carillón ya estamos en 2011… y los gilipollas felicitando el año cuando ya pasa minuto y medio de que entró, menudos retrasados…’. Según soltaba media risita sabihonda escribió con un bolígrafo que tenía a mano el número en el mantel.

‘¿Quién me hubiera dicho cuando me creía todo esto que llegaría a este punto? Por favor… dos-mil-once…’ Y fue lo último nostálgico que se le pasó por la mollera. No le gustaba la nostalgia, era un sentimiento demasiado fuerte, se ponía triste con ello. Y su 2010 no había sido malo, así es que se puso a pensar en él. Pero la tele insistió

-          Bueno, bueno, bueno… ¡cinco minutos! ¿Qué te parece, José (Mota), si repetimos el proceso de transición al año nuevo, para que no nos quedemos con uvas en el plato?

‘Hija de puta, me vas a comer to’l…’ Volvió a caer en lo más profundo de sus pensamientos mientras automáticamente pelaba la octava uva, en medio de una envolvente cacofonía que nada tenía que ver con su persona. In fact, había sido un año importante en su vida. Había aprendido a ser independiente, a decir lo que pensaba a los demás. Ya no se dejaba ningunear ni maltratar por nadie, un día plantó cara a su némesis y, desde entonces, le cogió el gusto a defenderse. Hizo nuevos colegas, a la par que sacó un par de manzanas podridas de su cesto de amigos. Otras manzanas saltaron solas del cesto y siguieron su camino a otros fruteros.

-          Las uvas que entran por las que van saliendo – grita, muy oportuno, José Mota intentando hacer la misma gracia de siempre

En su vida laboral le iba bien, pero avecinaba cambios. Pronto tendría que dar el salto definitivo, saltar al mundo profesional, tomar una responsabilidad seria. Establecerse. Hacerle caso al tío y buscar pareja (comenzaba a desearlo). Coger la vida por los cuernos y dominarla a voluntad. Ser libre. Ver mundo. Cumplir con todo aquello que había prometido.

-          Dos minutos para la nueva década, llevan ya la ropa interior roja y han puesto la alianza en la copa, ¿verdad? espeta la Igartiburu con una copa de cava a la altura del canalillo

‘¡No me presiones, guarra!’, dijo en voz bajita mientras pelaba la última uva, si bien nadie le escuchó, por la emoción del momento. Ya quedaba poco. Para las 12 y para todo lo que llevaba esperando y planeando. ‘¿Y si se me atraganta? ¿Y si lleva algún tropezón? ¿Y si la uva no está buena? ¿Y si me pierdo contando? ¿Y si nada sale bien?’

-          Y aquí llegan… ¡LOS CUARTOS!

Estaba hasta la glándula pineal del ‘¿Y si…?. Acojona cantidad. Lo aborrece. Salió otra vez del coma y miró a su alrededor. Nervios, sonrisas, emoción… por una gilipollez. Le entraron unas ganas locas de ser parte de esa gilipollez. De dejar el ¿Y si…? en 2010, anclado. Una fuerza sobrenatural invadió su cuerpo, y comió la primera uva. Al ritmo, sin precipitación. Y vino la segunda. La tercera. ‘Pues vamos bien, oye’, pensó mientras miraba con furia aquel reloj. La cuarta. La quinta. La sexta. Décima de segundo después, se le escurre la séptima del plato. ‘¡Joder!’. El ¿Y si…? vuelve a su cabeza. Echa la mano para adelante y entre séptima y octava campanada se come la uva fugitiva. Octava, sin problemas. El ‘¿Y si…?’ deja para siempre su cabeza, anclado en el 2010. Novena uva. Traga rápido. No se atraganta. Hay alguna pepita, pero la estalla con los dientes y la traga igual. Décima. La gente a su alrededor comienza a sonrreir (como pueden). Undécima. Se acabó 2010. Duodécima.

-          Feliz… ¡DOS MIL ONCE! – Grita con pseudoelegancia Anne, arrecida de frío.

Lo consiguió. Se le escapó una uva. Había pepitas de por medio. Obstáculos. Pero lo consiguió. Se esforzó y lo consiguió. Felicitó el año algo más sonriente y dejó el plato en la mesa. Al lado, el mismo número que mostraba la tele, en color verde puticlub, sobre el reloj de la Casa de Correos, con una bola brillante que subía para arriba, hasta otro año. Entonces supo cuál era la forma en la que escribiría su 2011



Optimismo, su nueva norma. Sería un año difícil. Planes que empezó y que tiene que cumplir. Más manzanas podridas que sacar del cesto. Una manzana de oro que empezar a buscar. Una era laboral que concluir con alegría y esfuerzo, y ojalá con éxito. Muchas pepitas con las que no atragantarse. Pero sabía que lo intentaría. Lo de juntar las manos y pedir lo dejó a los cristianos. Lucharía por sus sueños, por ponerle al 2011 una sonrisa. Y al 2012, y al 2013, y al 2014, y a todos. A sacarle el lado bueno a todo, aunque no lo tuviera. A superar las más terribles desgracias. A ayudar a otros a superar las más terribles desgracias. A recuperar la ilusión. A mantener esa parte de la infancia que nunca nos deja. Y mientras agarraba la consola y se ponía a jugar al Zelda en el papel de Link, sonrió. Porque sabía que, cuanto menos, lo haría.  

Lucharía (luchará) por ser feliz.               

*Aunque lleva algunas pinceladas sobre mí, el personaje es un personaje. Puedo o no ser yo. Puedes o no ser tú. Omítanse las interpretaciones innecesarias, por favor. Feliz año!

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