miércoles, 21 de mayo de 2008

Las rosas tienen espinas

Buenas noches a todos. Especialmente a aquellos que atraviesan un mal momento. Esta noche, el comentario se dirige para todos aquellos que miran al suelo, quizás con lágrimas en los ojos. Impotentes porque no pueden hacer nada ante lo que la vida, lo que les es externo, les propone. Llevo unos días de auténtica desgracia. Unas semanas en las que estoy más triste de lo común. Y no por cosas que me pasan a mi, que gracias he de dar porque todo el problema que tengo, cuando son las doce y media de un recién inagurado día 21 de Mayo, es el gran agobio de tener que superar cuatro asignaturas (tres y media ya) a lo largo de los próximos treinta y dos días, saliendo lo más ileso posible de ello. Son los demás, amigos. Y quizás, cuando ves que alguien sufre, sufres tu más que cuando algo te pasa a ti. Quizás es porque cuando le ocurre a uno, sabe qué hacer para arreglarlo, si es que se puede. Pero cuando le ocurre a otros, ni siquiera puedes bucear en su mente a ver que piensan, a ver cuál es la mejor ayuda que puedes prestar... O si la mejor ayuda es callarse.

No se que tiene la primavera. Para mi, además de ser una época en la que salir al campo es verdaderamente agradable, es el tiempo de ponerme mohino (enfadarse según Wyoming) por cualquier cosa. Será el polen de gramineas, que me causa una alergia jamás diagnosticada. La gente se vuelve rara. Unos se calientan por un lado, en el peor de los sentidos; otros comienzan a ponerse más nerviosos que en época de frío (será la operación Bikini, que ya está aquí), los de más allá se olvidan de lo que es la amistad... Y como si de una vorágine de sucesos verdaderamente improbables se tratase, ocurren cosas malas. Me llegan desde mi pueblo, esta noche, noticias verdaderamente trágicas acerca de un amigo, de una persona maravillosa, de aquellas que mencioné en el comentario de una decepción que no se me va, sino que se nutre (véase entrada del día 10 de Mayo), pero a la que me he sobrepuesto (porque yo lo valgo, mire usté). Alguien a quien tengo mucho aprecio ha perdido a un padre a una edad atípica, por una enfermedad innombrable, el cólera del siglo XXI, la lotería macabra. Y cuando intento ponerme en su lugar en una noche tan dramática, no puedo hacer otra cosa más que apagar las ganas de llorar. Para todos los que estén como él, me gustaría comunicar mi deseo de que tengan esperanzas. Hay que levantarse de las caídas por difíciles que éstas sean, intentar salir adelante nos pase lo que nos pase. Intentar sonreir a la vida, que es una rosa, y como tal es algo indescriptible (cómo puñetas pueden formarse esos pétalos tan coloridos, todos ellos agrupaditos en una cosa tan pequeña, y nada delicados... Con sus estambres, su gineceo, su cáliz... sin duda, el fruto de años de evolución y perfección, para que digan que todo tiende al caos). A la vida hay que cogerla por los cuernos, asirla con todas las fuerzas del mundo, como si la quisieramos engullir en un ataque de gula incuantificable. Tenemos que quererla porque, posiblemente, lo sea todo. Pero tenemos que saber que nos pincharemos, porque la vida es una rosa con espinas. Y quizás sin esas espinas no tendría más gracia que la peor broma que se te pueda ocurrir (el no tener nada por lo que levantarse cada mañana debe empujar a uno al suicidio cuanto menos, digo yo). Nos pincharemos. ¿Saben por qué? Porque no se puede ser totalmente feliz en este mundo. Imagínense una gráfica con un máximo. Es tan agudo, que avanzando desde ese punto tanto a la izquierda como a la derecha se produce un bajón exagerado hasta un nivel normal. En ese máximo está el momento en el que lo tienes todo, y todo cumplido en esta vida. Si no lo tienes, obviamente no eres totalmente feliz; pero si es así, no tendrás nada por lo que luchar cada mañana, la vida será una rutina y la felicidad, por tanto, incompleta.

Les invito a que se pinchen de cuando en cuando. A que valoren lo que tienen y no esperen a perderlo. Y a que luchen con total valentía para conseguir los objetivos que se proponen, siempre evaluándolos previamente, sopesando los medios que se deben (y que se pueden, obviamente, dentro de unos límites morales que para mi marca la regla que ya cité en otro comentario) utilizar para lograrlos. Comprobando si el conseguirlos nos va a compensar el esfuerzo, y viendo si lo que perdemos en el camino no es mucho más valioso que lo que pretendemos conseguir. Si están con el pijama ya puesto (si es que duermen con pijama), acuéstense pensando en lo que van a hacer mañana. Sueñen con ello. Aunque sea la cosa más tonta del mundo, como hacer una comida, o salir al campo con los amigos. Piensen en hacerlo lo mejor posible, sacando un mayor provecho de ello. Y si no se conforman, inventen más cosas. Invéntense sueños, no dejen que Morfeo se los imponga esta noche. Deséenlo con todas sus fuerzas. Pídanle a Cristo, a Buda, a Alá, o, como yo, a todas las fuerzas del bien que fueron, son y serán, para que sus amigos sigan a su lado, para ser el mejor amigo de ellos. Sueñen.

Y pásense las espinas por el Arco del Triunfo.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Son las ocho y ya tengo puesto el pijama; para pensar, no se por qué, siempre me ha puesto las cosas más fáciles...

Probablemente es un fruto de nuestra educación, siempre vemos la muerte como algo negativo. Para mí resulta de lo más reconfortante, aunque suene algo raro... pero cuando nacemos, no tenemos ni idea de qué vamos a ser de mayores, si seremos guapos, feos, tendremos dinero o no... la única certeza qu tenemos en en momento de nacer es que nos moriremos. Algo así como un final que ansías para una novela que parece que nunca se acaba. Como esas series que hay con 15 temporadas... ¿no sería mejor haber terminado a la 2ª? El final, bueno o malo, da igual, es lo que hace a las cosas grandes. No se puede desear lo que no se anhela.
Tan menospreciada se encuentra la muerte que preferimos "vivir" ignorando el hecho de que cuando vivimos, estamos en realidad muriendo, poco a poco, lentamente, oxidados por el medio que nos rodea, y lo que es peor, por el que nosotros controlamos en nuestro interior.

Definitivamente, si no murieran, los hombres jamás llegarían a ser grandes. Nunca podríamos obviar, en vida, las pequeñas miserias de cada uno; la grandeza solo se alcanza trascendiendo más allá de esas miserias, más allá de la vida real y de la propia muerte, a través de las obras.

Unknown dijo...

Pues a ver si anónimo queda conmigo aunque sea para un café en la cafetería de farmacia, o para unas cañas aunque yo no beba, y que me cuente esto tan interesante que me pone... Creo que tendría algo que rebatir... cuando acabe todo esto de los exámenes te contesto vale??

Estupendo comentario, me alegra ver que los farmaceuticos no pensamos solo en salidas nocturnas esporádicas.