miércoles, 17 de septiembre de 2008

Vuelva usted mañana

España está llena de tradiciones. Ayer mismo, en Tordesillas, Valladolid, se llevaba a cabo por enésima vez el asesinato de un animal a base de disparos de dardos por el simple ocio del pueblo. Es la primera de las muchas de nuestro país que ahora se me vienen a la cabeza. Como esta, otras tantas son muy conocidas, pero hay otras que, más que tradiciones, son malas costumbres que la gente hace suyas y que pasan desapercibidas ya para los ciudadanos, tal que si faltara te extrañaría tanto como el ver una foto de una playa del caribe sin el cocotero de turno. El caso es que una de esas costumbres debía ya existir a principios del siglo XIX, porque Mariano José de Larra la ejemplificaba con un ensayo que nos hicieron ver en Bachillerato y que, al parecer, fue publicado en 1833, cinco años antes de su muerte. El título, Vuelva usted mañana, reflejó en su momento la realidad de un sistema burocrático lento y penoso, que hace de un papel por rellenar una verdadera cruz que cargar a las espaldas durante un periodo de tiempo exagerado. Desgraciadamente, un nutrido porcentaje de los funcionarios de nuestro país (no todos, no se puede generalizar nunca) ha conservado esa costumbre tan mala de desesperar al personal, y aún hoy, en pleno siglo XXI, los ciudadanos sufrimos la incompetencia de muchos de estos serecillos que, al ver un papel, parecen acordarse de que tienen que ir mismamente a cambiarle los dodotis al perro; lo que sea con tal de darte por culo y no hacer su trabajo.

Y es que muchos funcionarios que maman de la teta del Estado o de las Autonomías (nada más y nada menos que un 28% aquí en Extremadura, porcentaje realmente alto, un índice más de la pobreza de la región) se ajustan a un perfil muy típico y característico: este animal, al que se ve la mayor parte del día desperezándose o socializando a carcajadas con sus semejantes, tiene la costumbre de desayunar tres o cuatro veces al día, prolongando las tres o cuatro tazas de café en el tiempo durante media hora cada una. Y es que, precisamente, otra característica de estos individuos es la de jugar con el tiempo de los demás como si fuera chicle: cuando te digan ''media hora'', en realidad te están queriendo decir ''media semana''; y cuando te digan que vuelven en un segundo... Su deporte favorito, tocarse las pelotas; y en el descanso de tan agotadora actividad, tocarle las narices a los pobrecitos que, ahogados en mareas de papeles inútiles que rellenar, se presentan en vano en las oficinas de atención al público a la hora a la que les han pedido, sin saber que, por regla general, su actividad lleva un retraso colosal. Visten bien, viven bien, cobran mejor: todo un especímen que lejos está de quedar en peligro de extinción. Y es que, por si fuera poco, son completamente invulnerables. No tienen luz verde para comportarse como koalas, pero lo hacen porque les sale de los cataplines, y no hay quien pueda con ellos.

Cuando cumples los 18, aquí entre amigos, solemos decirnos unos a otros: ''Bienvenido/a al mundo burocrático''. Y es que es el momento en que tu firma ya vale lo que tiene que valer para esta gente, pasando automáticamente a ser una de sus nuevas presas. Efectivamente, así fue para un servidor, que se tomó a cachondeo la frase cuando se la dijeron el 8 de Julio del año pasado. Mi despertar a este mundo tan emocionante tuvo lugar este verano. Me examinaba por tercera vez del carné de conducir. Diez de la mañana, una ciudad de Extremadura. El examinador se retrasa media hora (llega a las diez y media). Nervioso, entra en el coche y me pide que eche a andar. Me da unas cuantas indicaciones y se pone a hablar por telefono de un negocio de tarde que tendría algo que ver con las ovejas. Gira a la derecha (giro a la derecha). Continúa prestándome de todo menos atención, hasta que de repente suelta: me estoy empezando a cansar de su falta de velocidad caballero, le advierto que no le aviso más. Menos mal que llego a un semáforo que está en rojo. A partir de ahí, autovía unos metros, cojo velocidad (el tío me pone falta por acelerar demasiado ahora). Salida a la derecha, fin de la prueba. Le pregunto que si he aprobado, y con muy malas maneras me manda a tomar un café, a ver si espabilo. Me aprobó con seis faltas: tres de velocidad, una calada, un problema con la caja de cambios y un intermitente. Al volver a casa, el profesor de autoescuela me dijo: ¿te acuerdas de cuando te pidió que fueras más rápido? Sí, cuando un camión invadía medio carril derecho y venía un coche por el izquierdo... Si llegas a acelerar, te piso yo el freno (se entiende que hubiera sonado un pitidito que indicaría la ayuda del profesor y por tanto el suspenso directo) y se te acaba el examen. Al parecer, me explicó que el señor venía cabreado, y que solía hacerlo. Y desde luego, no hizo falta corroborar el asunto: a las dos compañeras que vinieron conmigo las suspendió tras ponerle el examen peor imposible. Fue la primera vez que la idea de hoja de reclamación pasó por mi cabeza volando... Mas que nada, por mandarme a tomar un café.

No mucho después, me presento en la comisaría de Policía para la renovación del DNI, teniendo estos que darme ya el electrónico. Eso si, llamo dos días antes para pedir cita y me sale una máquina (que trabajen ellas, verdad...) diciéndome que va a darme como opciones dos fechas como posibles para presentarme, después de tenerme cinco minutos dándole a botoncitos para indicarle de todo. La primera, para las dos menos cuarto de la tarde del viernes (cinco días después); y la segunda, para las once de la mañana del último día de Julio. Mandé a la máquina a tomar por culo después de cinco llamadas (a veces la muy puta se colgaba sola o le daba por no entender lo que le ponías) y me presenté a las siete de la mañana el día que digo, al reparto de números. Al entrar, un señor calvo y bajito me mira con cara de asco. La cosa fue la siguiente.

- Para cuando quieres... - dice mirándome por encima del hombro
- Cuanto antes si no le importa - digo yo, un poco extrañado - mi autobús sale a las doce y media y no me puedo quedar hasta más tarde.
- Número 040, a las doce... - concluye - ¡Siguiente!

Si bien mentí como un cochino (no volvería al pueblo en autobús, sino con el profesor de la autoescuela con el que damos prácticas, pero no era plan de hacerlo esperar hasta tarde ya que vuelve siempre a la una) el tío me quedó jodido como nada. No solo por eso, sino porque detrás mía pasó una rubia mas o menos mona y joven y le dió el 012, citada para las nueve y media de la mañana. Llegada la hora de autos, como no, diez minutos más tarde de lo que me avisaron, me sientan delante de un tio gordo con cara de bóxer que empieza a marearme con datos. Mientras busco las fotos, critica mi tardanza (a los cinco segundos de empezar a buscarlas me dijo que por qué no las traía ya preparadas... se tendría que ir a por el cuarto café de la mañana, o a echar la undécima meada), y me hace firmar en un papel, que me retira de enfrente antes de que acabase de echar el garabato (tendré un DNI con una firma incompleta durante los próximos diez años por culpa de un inútil sin vocación para tratar al público). Me pide poner el dedo en una pantallita con luz roja y que lo resbale de izquierda a derecha (¿Qué dedo? ¿De qué mano? ¿Cómo que lo resbale?). Al ver que no reaccionaba, se permitió el lujazo de arrearme un golpe en la mano como quien da a un niño pequeño un escarmiento para que no recoja mierdas del suelo. Golpe leve, pero que dejó patente su mala educación. Escaneó mi foto, la puso microscópica y a los diez minutos (si, sólo diez esta vez) ya me tenía el carné hecho. Éste no dijo ¡Siguiente! de momento, si no que se puso a conversar animadamente con la pava que tenía al lado. Ya de camino al pueblo, el profesor de autoescuela me pregunta que si he cambiado la clave, que la que me dan es muy larga. Qué clave, pregunto inmediatamente. Y me responde que la del DNI. Si es electrónico, tendrás que tener una clave para votar por correo y eso... ¿no te has leído el folleto? Vamos, que al buen hombre se le olvidó algo tan esencial como darme la clave del DNI e informarme de tal cosa con un folleto. Todo un incompetente.

Y lo mejor de todo viene ahora, y cuando digo ahora es porque a estas horas sigo batallando por terminar de mover ficha. Estoy sumergido en un mar de papeles que me piden para matricularme en la universidad. Y hay momentos en los que ya pienso que directamente me ahogo, porque es tal la impotencia que me invade ahora que si tuviera delante a quien ha hecho que lleve peleando desde el lunes para coger plaza me liaba a guantazos limpios con el, y eso que no me caracterizo por violento. Me dicen el viernes - una amiga - que el trámite lo puedo hacer por internet, ahorrándome así irme antes de tiempo a la ciudad. Que es fácil y rápido, y que solamente tienes que enviar un fax con los datos de la beca y tal, para que a las dos horas te den vía libre para tramitar el asunto por internet. Como el viernes ya era tarde y no me pillaba en casa - estaba en Guadalajara - envío el fax el lunes con los datos de la beca, claro está, después de asegurarme de que así tenía que hacerlo. Llamo al centro y me dicen que efectivamente, que con el fax me abren la vía para tramitar la matrícula. Envío el fax lo más rápido que puedo, pero pasan las horas, el incluso el día (llega el martes) y sigo sin poder acceder a la zona de matrícula. Llamo y la de la centralita me dice que no puede ser, que si han recibido el fax ya debería poder entrar. Te paso con Secretaría, dice la señorita (después de haberla llamado yo cinco veces, con resultado de tres veces comunicando y dos descolgando el teléfono pero no contestando, tal que yo sólo oía la juerga que se traían entre manos); y Secretaría me pasa con Administración. Me sale un señor con voz de ultratumba y me dice que me he tenido que inventar lo del fax. Que con el fax no vale. Que quién me ha dicho eso (secretaría, respondo) y que eso no puede ser. Que se necesitan los originales. Total, que dos euros de fax a hacer puñetas, y siete ochenta menos para enviar el asunto por correo urgente al poco rato (previa rellamada a secretaría para preguntar la dirección, después de que la centralita me cogiera el teléfono y me dijeran que cómo me habían dicho que con el fax no podía... Me están mareando, señorita, acerté a decir). Total, que la batalla concluye y hay descanso hasta esta mañana, cuando, después de horas de espera (y siete llamadas, con resultado de seis veces comunicando y una en la que, después de treinta segundos de tonos de llamada, van, descuelgan el teléfono y lo vuelven a colgar), llamo a la una para ver si los de Correos me habían estafado y la carta no había llegado. Se escucha preguntar por detrás por si ha llegado el correo, dicen que si, que ya tienen el mío. Te damos paso en media hora, me confirman, y un extraño alivio me hace suspirar.

Total, que cuando son las seis y media de la tarde, podemos afirmar que la media hora (que concluía a las 13:40 de la tarde) se ha estirado como un chicle, porque, ¿a que no lo adivinan? Sigo sin poder realizar la matrícula. ¿Qué me dirán mañana, cuando vuelva a llamar por enésima vez? Posibles opciones:

A. No te valen los papeles, y ayer estábamos borrachas y no nos dimos cuenta.
B. Perdona majo, pero se me olvidó darle al botoncito.
C. Es que hubo una catástrofe nuclear ocasionada por la ineptitud de Homer Simpson, y se quedó la ciudad sin internet.
D. ¡Ay!, disculpa. En media hora lo tienes...
E. Vete a la mierda, pesado, y déjame desayunar.

Cualquiera de las cinco me vale, y de corazón espero que me digan mañana. La guerra continúa.

Con todo esto, quede claro ya para terminar, no quiero decir que todos los funcionarios de nuestro país - por suerte - sean unos vagos desgraciados. Esto de lo que yo hablo pasa especialmente en aquellos sectores dedicados al papeleo, y sobre todo en el campo de lo legal. Los funcionarios de salud, por ejemplo, médicos y enfermeros, no están tan aferrados a este tópico (aunque hay excepciones, desgraciadamente, y muchas, de médicos sin vocación que se metieron en la carrera para forrarse a pasta). Con esto quiero señalar, a modo de denuncia que no va a leer ni el gato Garfield, que esta gente se cree con poder para hacer lo que les dé la gana, y que nadie hace nada por detener esta tiranía. Que ellos son el más vivo ejemplo de pandereteo que hay en este país de la pandereta, en el que parece que todo vale. Que muchos de ellos no conocen ni de lejos ese estrés del que hablan de vez en cuando. Que tenemos que evitar que esto pase, porque a veces queda todo en un descalabro de papeles, pero en algunas ocasiones puntuales ocurren verdaderas desgracias derivadas de la incompentencia e ineptitud de algún gilipollas chulo (véase el juez(*) que se limpió el culo con los papeles en los que debió condenar a cárcel a un pedófilo, dejándolo en la calle y convirtiéndolo automáticamente en el asesino de Mari Luz Cortés). Que no hay mayor satisfacción que la de llegar al acabar la jornada a casa o al punto de reunión con familia o amigos, y sentir que has hecho bien tu trabajo, que lo has hecho lo mejor que has podido. Que te has ganado el sueldo.

Las fuerzas del bien me libren de ser unos de estos gañanes, porque el día que me diera cuenta de mi inutilidad se me caería la cara a pedazos de la vergüenza. No es lo mio tratar a la gente como si fuera una puta mierda, llevarme un sueldazo para los tiempos que corren que no me corresponde, habiendo personas mucho más cualificadas en la cola del INEM. Por lo demás, la próxima vez que vayan a un centro burocrático, encomiéndense a quien haga falta, por lo que pueda pasar.

(*) No hay mejor ejemplificación de la vulnerabilidad de estos sinvergüenzas que la condenilla de pacotilla que le han puesto al tal juez Rafael Tirado. 1500 € por la citada limpiada de culo. No creo que la vida de esa pobre niña valga sólo eso.

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