domingo, 9 de noviembre de 2008

...y Peter Pan creció

No esperen nada lúcido de mi esta noche. Llevo todo el fin de semana entre apuntes de Química Farmacéutica, Parasitología, Química Orgánica, Bioquímica y Fisiopatología. Todo para no sentirme mal el jueves por irme un fin de semana a mi casa. Por inventarme un puente.

Señores... Si James Matthew Barrie levantara la cabeza...

¿Se acuerdan de Peter Pan? El niño este de la casaca verde caca deshilachada con taparrabos de idéntico aspecto que vivía en el país de Nunca Jamás (quién le iba a decir a Michael Jackson que ponerle Neverland a su latifundio le traería tantos problemas...) junto con otro conjunto de mocosos, luchando contra piratas y viviendo aventuras y desventuras que quitan el sueño por los siglos de los siglos (amen). ¿Recuerdan a campanilla? La enanita de ridículos pechos que vestía de azul celeste y revoloteaba alrededor de la cabeza de Pan como rota la Luna sobre la Tierra. La misma que Disney acabó convirtiendo en un putón verbenero, inflándole las tetas para la saga de sketches virtuales Princesas Disney que esporádicamente emiten en la empalagosa cadena Disney Channel. Ni ella, ni Peter, ni la muggle Wendy, ni el resto de churumbeles que habitaban la anárquica tierra que les he mencionado, querían bajo ningún concepto hacerse mayores (supongo que les traería más cuento estar mamando de la teta por toda la eternidad, lo que no acabo de recordar es de qué teta mamaba esta gente...). Ninguno quería ser adulto. Querían jugar y jugar hasta reventar, disfrutando de un tesoro tan grande como efímero, uno de esos que no se encuentran en la arena de una isla desierta, justo donde un mapa te marca una X. Querían, y con razón - no eran gilipollas los fichas estos - disfrutar de la infancia.

Creo que ya he hablado de lo que significó para mi el ser niño. No se si dije en su momento que es una etapa de la vida, la base de ella, que acaba por determinar tu comportamiento, tu ser. Parece increible que tu día a día en ese mundo de inocencia y protección acabe por decidir cómo será tu yo futuro: un halago de un profesor en la escuela puede hacerte un prepotente o un luchador; una paliza de tu padre, el próximo Hitler. Ser feliz en el patio del colegio, en el que juegas despreocupado con tus amigos (1), puede hacer que seas de mayor una persona risueña y confiada en el ser humano, o un instinto con aires de superioridad que se diviniza al ver que los demás no tienen lo que él. Si de repente viene el matón de turno y te empuja encima de un charco de barro - y más si estas cosas cronifican - puede que estén sembrando en tí la desconfianza por los demás y el odio irracional hacia el resto de seres humanos, o bien que te estén convirtiendo en un luchador seguro y decidido contra la injusticia social por el simple hecho de haberla vivido. Quizás todo esto ocurra por el fuerte impacto emocional que cada cosa que vas descubriendo incide sobre tí. Una infancia feliz, por tanto, causará impactos emocionales beneficiosos en el niño, y este tendrá más papeletas para convertirse en un gran hombre.

Y es que la infancia, sea bien vivida o mal recordada, es algo indescriptible. Hasta yo mismo me lio al intentar explicar lo feliz que fui, con mis alzas y con mis bajas, con mis virtudes y mis defectos, con los amigos y a pesar de los matones, que haberlos haylos como las meigas en Galicia. Como ya dije, cada día que pasaba era una gran experiencia, como vivir doce mil vidas en doce horas. Reíamos por cualquier tontería y llorábamos por cualquier tropezón sin ningún tipo de verguenza. Sonic era Dios. O la barbie, o el Action-man, según el caso. Estudiar te comía media hora cada tarde - y cuando la media se convertía en dos, no veas cómo jodía. Te acostabas con la ilusión de que llegara al día siguiente, lo mismo daba que fuera lunes lluvioso que sábado soleado. En mi caso, y ya lo dije, tuve la ENORME suerte de poder contar con un fragmento de naturaleza con el que conectar con lo más profundo de la esencia de un ser vivo. Y tuve la ENORME suerte de hacerlo en compañía de mis primas, y en alguna puntual ocasión, con algún amigo de los que salían conmigo a jugar a la calle. Porque... ¡SÍ! lo de la calle existía. Una noche de verano sin salir a la calle a jugar era poco menos que... simplemente impensable, inimaginable. El contacto con gente que te quiere, a la que no te importaba abrazar fuera hombre o mujer - el tabú homosexual no existe más allá de que un niño o una niña sepa que la palabra mariquita o marimacho tenía, por huevos, connotaciones negativas. Cualquier cosa a la que jugar era lo más excitante que te había pasado jamás: ¿a la comba? pues a la comba; ¿al escondite? pues eso sea. Y como dicen en el único spam que me ha gustado de verdad - el resto los borro sin abrirlos - todos los problemas de nuestro pequeño mundo se arreglaban con un ¡Ha roto la olla! (expresión referida a la acción de hacer trampa por parte de algún compañero, o bien de cometer infracción en la regla mayor de un juego) o con un ¡Pues volvemos a empezar y yásta! Y muchas veces, entre juego y juego, eramos tan inocentes como para jugar a ser mayores. Y ahora que lo somos, a muchos, a la hora de dormir, se nos pasa por la cabeza una idea: vaya mierda, chaval.

Los niños empiezan hoy, muy pronto, a jugar a ser mayores. El problema es que ellos no se dan cuenta, y están perdiendo lo mejor de su vida. La pelota ha sido sustituída por el ordenador de papá, y la partida esporádica al Sonic que tus padres te controlaban por no más de hora y media semanal se incrementa hasta límites insospechados, hasta el borde del ataque de epilepsia. Lo de jugar en la calle ya no se estila. Soy de San Vicente de Alcántara, en Badajoz, un pueblaco de 5,800 personas a lo sumo, pequeño pero matón. Si en 1998 eramos nosotros los amos de Jovellanos, los parásitos de la fábrica de corcho que en ella había, los Fernando Alonso de la Calle del Resbaladero, hoy el único que ordena y manda en las noches de verano es el silencio. Los niños se quedan en casa como atontados, mirando una pantalla - más grande o más pequeña, con más o menos botones asociados. No tienen ni puta idea de quién fue Peter Pan, y de lo mucho y muy bueno que el monigote representaba. Se están perdiendo lo mejor, y lo peor es que no lo saben, no me canso de decirlo.

Y lo peor no es esto... A veces pienso - y a veces lo digo en voz alta, le pese a quien le pese - que de aquí a un par de años los niños, más que venir con un pan debajo del brazo, se traerán la última edición de Playboy, para empezar suave en la vida - el porno hardcore lo dejaremos para el sexto cumpleaños. Y las niñas saldrán pidiendo un aumento de pecho. Porque uno de los peores problemas es el hecho de que los niños saben más de sexo de lo que por edad les corresponde. No con esto quiero decir que el sexo sea malo/obsceno/guarro/promiscuo/etcétera - que luego los hay que me llaman cerrado, y lo bueno es que lo hacen sin conocerme lo más mínimo. Lo que quiero decir es que en esta vida hay tiempo para todo, y antes de la pubertad lo que menos debería llamarte la atención es, precisamente, el sumum de las cosas de mayores. Bajaba yo el otro día la cuesta del colegio de los Maristas en dirección a unas prácticas de Fisiopatología en la facultad de farmacia, cuando escucho muy brevemente, de forma inevitable, una curiosa conversación:

-Hijo, hazme el favor de ponerte la chaqueta, que hace frío...
-Méteme la manga papá... mete-mete-metelá... métemela ¡por el culo!

Juro por todo lo que amo que esto es tan verdad como lo de que el sol sale por el Este y se pone por el Oeste. El padre no se lo tomó muy en cuenta porque, seamos sinceros, dudo que el niño hiciera la más mínima alusión al acto sexual cristianamente (y musulmanamente, etc) inaceptado para relaciones tanto heterosexuales como homosexuales also known as penetración anal. Pero, ¿cuánto tendría? ¿4 años, 5 a lo sumo? ¿Un Shin-chan salmantino? Fue tremendo, pero no es más que un difuso ejemplo, de estos de los que dices, puede ser, puede no ser. Lo peor está en los límites de la pubertad. Cuando ves a niños - porque con 10 años no se puede decir que hayan dejado de ser niños - que hablan de condones con una naturalidad asombrosa, o tienen la palabra polla en su vocabulario diario, y no precisamente para referirse a una cría de Gallus gallus. Muchos sabrían decirte qué otra cosa significa sesenta y nueve a parte de seis decenas y nueve unidades. Y lo más sorprendente, alguno que otro afirma ya - miedo da saber si con o sin razón - el haberse zumbado a otra nena. Si ya pasamos de la pubertad, aunque sea por poco, podremos comprobar como hay cierta gana de dejar a un lado la infancia, como si fuera una carga que te quitas de encima sin saber que, en realidad, la cruz la estás cogiendo ahora. Cuando yo me moceaba - Dani, no olvides que todavía te moceas, ¡si ni siquiera tienes pelo en pecho chaval!, me dicen algunos cuando digo esta frase - los botellones se hacían comunes en tu vida a partir de los 15 o 16 años, y el que se cogía las borracheras estaba mal visto - imposiciones que nos llevabamos de casa. La que se tiraba al chulo del pueblo en los servicios del instituto era una puta - más imposiciones machistas que nos llevábamos de casa. Cuando dichos servicios olían rarito, había que avisar al director rápidamente porque alguien había hecho algo muy malo allí, y no precisamente depositar un zurullo (Noemí, si algún día lees esto, te dedico este párrafo, por tu finura manifiesta y divertida). Y de un año para otro que es lo que pasa... pues que ves en fotos de botellones a niños y niñas de 12 o 13 años con pedales del quince y medio, a niñas vestidas de fulana con chulazos preocupados - repito, de no más de 12 o 13 años - en las puertas de Planificación Familiar para pedir una pastillita, excursiones de campo que no tendrían fundamento sin un enorme vaso de kalimotxo en la mano... Física o Química (Antena 3 de Televisión) se convierte - o al menos eso dicen - en el mejor reflejo de la realidad estudiantil de niños - sí, niños, aunque los actores que hagan de ellos tengan un mínimo de 25 años - de ESO. En resumen, que las cosas han cambiado muchísimo. Demasiado.

Si en el país de Socielandia viviera Peter Pan, podríamos decir que ha crecido. O que ha muerto, que para el caso sería poco mas o menos lo mismo. Yo ya no se si es que cuando tenía 12 años y jugaba con mi prima y mi amigo Floren a los tazos de Pokemon eramos los tres - y otros tantos más - rematadamente gilipollas, raros y retrasados; o es que algo se está acelerando. Muchos por este comentario me llamarían retrógrado, cerrado de mente - me ha pasado en alguna ocasión a lo largo de las últimas semanas por razones que no vienen al caso, y me duele que esto venga dicho por gente que ni me conoce ni hace lo más mínimo por conocerme (si no les interesa conocerme, sencillamente que no juzguen). Aclarar que toda práctica amorosa y sexual aceptada de mutuo acuerdo y, a ser posible, en la que haya un mínimo de respeto y amor por la otra persona, me parece estupenda, y no solo por la evidente liberación de endorfinas. Sin embargo, lo que me parece injusto e innecesario es que los niños no sean hoy eso, niños. Que quieran adelantarse a este mundo de desencanto que es la adultez saltándose a la torera algo que, al que más y al que menos, nos pareció un momento inolvidable de felicidad que, queramos que si o que no, jamás volverá a repetirse. Es muy triste que no podamos ayudar a estos serecillos inquietos a darse cuenta del gran error que cometen. Pobres, quizás sea culpa de la sociedad. El caso es que se está perdiendo algo precioso, algo que debe ser vivido como una experiencia más de la vida y que, al contrario que otras, tiene una clarísima fecha de caducidad: el día en el que te masturbas por primera vez sin darte apenas cuenta de lo que estas haciendo, o el día en el que ves como algo más que a una persona a alguien del sexo contrario.

Qué triste es preguntarse cómo será la gente del mañana. Sin infancia, no serán gran cosa.

(1) ¿Se dan cuenta? Entonces eran amigos incondicionales. Hoy tienes que andarte con un ojo que no veas... ¿No les ha pasado? Si señores, sí señoras, lo de pensar que tienes un amigo, cogerle cariño, y al cabo de X tiempo, pongamos un año, te das cuenta de que sólo te utilizaba para lo que le daba la gana y que te tenía el mismo aprecio que a un chicle del suelo... A mi sí, y recientemente (desagradable, pero superable). Esta es otra de las cosas que, de crío, no te pasaban.

4 comentarios:

Lolwands dijo...

Amigo Dani, te aplaudo por esta entrada. Sé que es ya de hace tiempo, pero no me parece nada retrógrada. De hecho, yo he pensado lo mismo miles de veces. Es cierto que hoy en día los niños se pierden algunas de las mejores cosas que hay en la vida. Yo siempre he sido una niña muy de ciudad, así que supongo que también tengo algunas carencias (por ejemplo, lo de la conexión con la naturaleza o lo de jugar en la calle), pero también pertenezco a la última generación cuerda que ha habido en los últimos años. No tuve mi primer ordenador con Internet hasta los 15 años. Sí, estaba un poco por detrás de la mayoría de mis amigos, pero quizás si hoy en día los críos no nacieran con videoconsola y teléfono móvil incorporados, tendríamos muchos menos casos como el de Marta del Castillo o la niña de Ponferrada que se quedó embarazada a los 11 años.
El problema es, sencillamente, que lo tienen todo desde el principio, y sin tener que hacer ningún esfuerzo por ganárselo. Y eso es muy aburrido, así que hay que buscarse otras "diversiones". En lo único en lo que no estoy del todo de acuerdo contigo es en lo de que perdemos la inocencia cuando descubrimos el amor y el sexo. Sí, puede que eso indirectamente nos haga cambiar (y no siempre para bien), pero yo creo que cuando perdemos la inocencia es cuando nos hacen daño. Cuando nos llevamos un desengaño y comprendemos que las cosas no son tan simples ni tan hermosas como parecen, entonces es cuando dejamos de ser niños.
Dios, qué rollo he soltado! xDDD

Unknown dijo...

Pa'rollos los míos, amiga Kate!

Estamos de acuerdo entonces, de acuerdo, y cuerdos además! El problema es que somos pocos cuerdos, y este problema tiene mala solución. Y cada vez va a peor. ¿Has tenido bemoles de poner Disney Channel? ¿Has visto a Hannah Marranah? ¿Y a los CoJonas Brothers? ¿Eso son series para niños? ¿Y qué hay de las sirenitas de Antena3? ¿Y la serie de la viciosa de la hermana de la viciosa Britney? Lo dicho, mala solución.

Y lo de la inocencia en lo que no coincidimos, quizás si ampliamos terminología coincidamos. Yo mencioné la 'física', tu la 'sentimental'. La física la pierdes de golpe, la sentimental va cayendo con cada daño que te hacen, cierto es.

¿De acuerdo ya no? XD

Lowlands dijo...

Jaja, ahora sí que de acuerdo. Y sí, los dos estamos cuerdos, por lo que veo. Sólo vi un trozo de un capítulo de Hannah Marranah, y la verdad es que no había mucha diferencia entre esa serie y otras series para niños que he visto por ahí. La verdad es que ésas no son de las peores - lo malo es cuando a los niños dejan de controlarlos (y por controlarlos no quiero decir tanto que se esté encima de ellos, sino más bien que se les preste atención y se les guíe un poco) y en lugar de ver esas cosas, por malas que sean, se encuentran con perlas como Física o Química, como ya has mencionado.

Unknown dijo...

Como decía ¿Aristóteles?: todo en su término medio... tampoco hay que atoxigar a los crios con atenciones, que luego se convierten en spoilt people...

Y sobre FoQ... ni pensar quiero que esté dirigido a niños... ni pensarlo quiero...