martes, 25 de octubre de 2011

La cultura de la muerte

Advertencia: el tema tratado no es apto para la sensibilidad de todos los públicos. Por la relevancia del tema, que da para mucho, ha quedado algo extenso, por lo que está dividido en secciones por si se prefiere evitar algunas o para dosificarlas. Se advierte, también, de la extrema crudeza de dos videos de youtube (accidentes de Marco Simoncelli y Nodar Kumaritashvili) que he incluido y que ilustran algo que comento.            


El otoño, para el que pueda disfrutar de él sin exámenes ni quebraderos de cabeza varios, ha sido siempre una época de reflexión. El ser humano ve como el alegre y cálido verano le deja tirado, dejando paso, poco a poco, al frío del invierno, al recogimiento forzado, a la cada vez más larga oscuridad. Es una etapa del año que lo vuelve melancólico. A la vista de este aspecto, no es raro que en muchas culturas sea ahora cuando vuelve a casa un tema que lleva preocupando a la humanidad desde que se constituye como tal: la muerte. La eterna pregunta sin respuesta. Es ahora cuando más se echa de menos a los que se han ido, cuando se llenan los cementerios de flores que quizás no tuvieron el resto del año. La cultura de la muerte resucita en Noviembre.

Un poco de historia…

Con la caída de las hojas, con la aparente muerte de la naturaleza, con el cambio de hora, la muerte viene a bailar a nuestra puerta. Lo hace anualmente, por estas fechas, y no precisamente desde ayer por la tarde. Los romanos ya celebraban por estas fechas varios rituales relacionados con el fin de un ciclo natural (culto a Pomona, diosa de la recolección, de las frutas y las semilas) o con el recuerdo a los que ya se han ido (Parentalia, festival de los difuntos). Paralelamente, los celtas llevaban a cabo a finales del actual mes de octubre la festividad del Samhain (recolecta), celebrando la finalización de la cosecha, el fin del verano y el inicio del invierno, preparándose para el siniestro predominio de oscuridad, de las largas noches invernales. La religión celta consideraba que los espíritus salían de sus límites naturales durante esos días y paseaban entre los vivos. Para evitar su incómoda presencia, solicitaban protección a los dioses mediante el sacrificio de animales e incluso de seres humanos (en la película Halloween, de John Carpenter, se refleja este aspecto ritual en los asesinatos cometidos por el antagonista, Michael Myers).


SAMHAIN NIGHT 
«Samhain night», de Loreena Mckennitt, narra con aire melancólico el espíritu de la antigua fiesta celta. Mientras sigues leyendo, dale al play, merece la pena. Fuente: youtube.com

Siempre se dijo que la cristiandad, que cobra fuerza en los tres primeros siglos de nuestra era, sobrescribió estas fiestas instaurando otras análogas bajo su propio manto, por el simple hecho de oponerse a todo lo romano (hicieron lo mismo con la ingeniería romana, destruyendo acueductos y abandonando costumbres como la eliminación de excretas, y así acabaron, con la Peste Negra asolando Europa en el XIV). Sin embargo, puede que no fuera así: los más primitivos seguidores de Jesús celebraban una fiesta en recuerdo a los mártires de Roma (los de los leones) el 13 de Mayo, pero con la expansión de sus dominios la fiesta fue desmembrándose, tal que fue movida a otras fechas, como el 20 de Abril (Irlanda) o el 1 de Noviembre (Alemania, Inglaterra, España…), de manera que parece que no existe una sustitución directa de una fiesta anterior. En la alta Edad Media, a la altura del siglo XII, es esta última fecha la que se consolida, extendiéndose el culto a todos los santos de la cristiandad. Aparece así el día de todos los santos (en inglés, all hallows’ day, origen del término halloween, víspera de todos los santos o all hallows’ eve), al cual se le instaura, pegadito, el día de los fieles difuntos (2 de Noviembre), pues se pensó que los santos podrían meter mano en eso de las almas del purgatorio, esto es, que el culto conjunto podría echar un cable a los que se encuentran en ese lugar, híbrido de resonancia entre cielo y el infierno para acercarse al primero de estos lugares.

Aún con éstas, la fiesta cristiana no pierde el tono superchero de las ya olvidadas fiestas romana y celta. Al caer la noche en la víspera del día 1, las iglesias de muchos pueblos de Europa echaban a repicar las campanas para espantar a los espíritus, de los que decían volvían esa noche para rondar a los familiares con los que dejaron cuentas pendientes. El repiqueteo, además, servía a las almas del purgatorio para ascender al cielo (cosas de la religión). En Nápoles, y más adelante en otros puntos de Europa, se pone de moda realizar procesiones a los cementerios, encabezadas por el clero local. Allí, las familias adornaban con flores las tumbas de sus parientes, encendían velas, rezaban e incluso desenterraban los cadáveres para cambiarles las vestiduras. En Salerno aparece la tradición de montar altares en los hogares dedicados a los recientemente difuntos, dejando sobre una mesa los objetos y alimentos recién preparados que más les gustaban en vida. Esa es la raíz del actual Día de los Muertos mejicano, en el que aún hoy se realizan auténticas merendolas en los cementerios, al caer la noche.

Será el morbo de no saber qué hay más allá, de jugar con los cadáveres, de sentir por un día cerca a los que marcharon. Será esa amalgama de sentimientos tan opuestos. Pero la fiesta de los muertos se le escapó a Europa de las manos. A las ceremonias más religiosas (misas de obligatoria asistencia para toda la cristiandad, fogatas en el cementerio para proteger los cadáveres de sus propias almas…) se suman otras menos oficiosas: como quien no quiere la cosa, el carácter práctico de la fiesta, la preparación para el invierno, vuelve, y se hace costumbre la matanza de ganado para obtener provisiones. Los niños empiezan a tomar parte en la fiesta, jugando con la vesícula biliar de los animales muertos como si de globos de agua se tratasen. Las reuniones en torno a las piezas de ganado se tornan con el tiempo elegantes masquerades, en las que se apañan matrimonios concertados. Del luto por la muerte a la alegría de estar vivo, de la rectitud del día a día a toda una rebeldía, en la que paletos cualesquiera se visten de policía, alcalde o cura, y salen a dar por saco por las calles, estableciendo una asociación entre el disfraz y esta fiesta que perdura hasta nuestros días. Era el único día en el que un hombre vestido de mujer o una mujer vestida de hombre no era una persona con problemas mentales o legales. Paralelamente, Japón ya celebra su particular día de los muertos, Bon Odori, en este caso en verano. En recuerdo de las almas perdidas, dejan velas flotantes en los ríos para que se vayan con la corriente (no sé hasta qué punto esto es forestalmente sano).

BON ODORI
 En japón liberan faroles en el río para rememorar a los difuntos. Fuente: Google.com

La fiesta está servida. En el siglo XIX, Halloween ya es una realidad en Estados Unidos. Su controvertida historia, marcada por el miedo a la brujería y el culto a la muerte, es plasmada por autores como Edgar Allan Poe, quien lleva en 1849 al teatro la obra The black cat, en la que ya aparece toda la imaginería que hoy puede verse en cualquier sarao de esta naturaleza. Como anécdota final, las manidas calabazas con la cara tienen un origen legendario y otro más mundano. El legendario, la historia de un irlandés llamado Jack, que se burló del demonio (poco le duró la alegría, después éste se burló de él dejándolo en el purgatorio por toda la eternidad). El aburrido estaría en los faroles hechos con cáscara de nabo que en algunas zonas dejaban a los difuntos en estas fechas. En Estados Unidos no debía haber muchos nabos, pero sí un exceso de calabazas, de ahí el cambio de hortaliza.


ORANGE AND BLACK
La calabaza y la oscuridad son los elementos más representativos de la festividad de Halloween. En la imagen, elementos decorativos habituales. Fuente: archivo personal

Y hasta hoy. Mientras el día de todos los santos – y el de los fieles difuntos – en Europa ha perdido trascendencia y se ha convertido en una aburrida fiesta más del calendario católico, en Estados Unidos se vive Halloween cada vez con más fervor. A ello contribuyó Hollywood, quien difunde con sus películas las bases de esta festividad por todo el mundo, que se abre a ella cada vez más. Ciudades de toda España se ponen naranjas y se llenan de telarañas y gatos negros. Los fiestorros se multiplican, el disfraz ya no es cosa de Febrero. Y mientras, la cada vez más débil iglesia católica, continúa empujando contra una fiesta que consideran pagana. Pero el mundo está ávido de diversión, el mundo pasa de la muerte y del dolor como de comer mierda.

La eterna pregunta

Pero la muerte y el dolor no pasan del mundo. Y es que en esta vida no hay nada tan seguro como la muerte: el que nace la sufre, más tarde o más temprano, y hasta el momento es ineludible, de ella no se libra ni el Papa. Dulce para unos, trágica para otros, esperada para unos, sorprendente para otros, unos la miran con sosiego, otros con miedo. Lleva preocupando a la humanidad desde antiguo, y sobre ella pesan cientos de leyendas y mitos, quién sabe si reales o falsos, pero seguramente fruto del miedo del ser humano al no-ser, más bien a volver a no ser. ¿Qué hay después?

La idea más científica, quizás – y por desgracia – la más lógica, es que después de la muerte hay exactamente lo mismo que antes de la vida. ¿Recuerdas lo que sentiste tres o cuatro años antes de nacer? Pues lo mismo sentirás tres años después de morir. Decía un compañero de clase, en esta línea, que la vida es un segmento. Pero a los temerosos (de Yahvé, de Alá, de Zeus, de Shiva…) no les satisface esta explicación, de hecho les aterra. Prefieren pensar que todo sigue después, en un lugar paradisíaco o con siete putas para ti solo, en las nubes o en el espacio. Creen que el ser sigue siendo después de dar el último aliento, y con eso le dan un sentido a su vida (portarse bien para ir al cielo y no al infierno, inmolarse para conseguir el harén como premio…).

Un tercer grupo piensa que vagaremos por la tierra, asustando a la gente. Es quizás la corriente de pensamiento más antigua: una de las cosas más inteligentes que he escuchado en mi vida es una teoría acerca de cómo llega al ser humano la idea de que hay algo más allá, de que los que se van no se van realmente, y nos acompañan desde las sombras y en la oscuridad. Imaginad que sois cavernícolas, y que como tal no tenéis ni puta idea de ciencia, pues malamente sabéis del binomio piedra + piedra = fuego. Ayer murió un niño de la tribu. Lo sabes porque un mamut lo destrozó vivo, porque cuando lo soltó estaba reventado, ensangrentadito de abajo a arriba, frío. No responde a nada. Y como temes que huela mal, a no ser que seas de una tribu caníbal (descartemos la circunstancia) lo entierras. Rodeado de flores, para que no apeste demasiado. Llegas cansado a casa, has tenido que cavar un hoyo para la criatura. Te recuestas contra la pared, esa en la que anteayer tu chaval pintó al mismo mamut que se lo cargó. No sabes por qué, pero te aprieta el estómago y hay agua en tus ojos. Haces unos estertores raros, de esos que cinco millones de años después acabarán llamando llanto. Tus párpados caen. Y allí está: el niño corre, juega, te habla, vive, todo es confuso, te abraza, aprende a cazar contigo, de repente estáis en la cueva, corre otra vez, nada en el lago, todo está oscuro, se oye su risa, ahora su llanto, ahora nada. Abres los ojos. El sol está fuera, toca salir a cazar. Y lo haces feliz. Porque has visto a tu hijo. Ayer lo dejaste en un hoyo, pero por la noche lo has visto hacer algunas cosas que no recuerdas muy bien, aunque te ha parecido real. Lo has soñado, pero no tienes ni puta idea de lo que significa soñar, de cuáles son sus bases, de que es fruto del subconsciente, de una actividad neuronal remanente que se produce en la fase REM, y de la que aún en el año 2011 quedan muchas cosas por resolver. Es oficial: has visto un fantasma. Cinco millones de años dan para construir mucha parafernalia sobre algo así.

La visita de la parca

Sea como fuere, pertenezcamos a la cultura que pertenezcamos, desde que nos forjamos como humanidad en cuevas como las que he mencionado llevamos todos dentro una potente atracción por el tema, un profundo respeto por la muerte. Desde que un ciudadano del siglo XXI recibe tantas noticias en 24 horas como recibía un campesino medieval en muchos años, la muerte es un tema cercano. Sin ir más lejos, esta mañana los periódicos digitales abrían con un valenciano al que anoche le dio por ir llamando de puerta en puerta y cargándose a quién le abría. Versión un tanto extraña del trick or treat, seguramente venida de un tarado mental. Un padre de familia, su hijo de trece años (que salió en su ayuda), y una señora de cincuenta años, ya conocen, por desgracia, la respuesta a la eterna pregunta. Se trata de un hecho horroroso, de los de echarse manos a la cabeza. Pero pasa desapercibido. Pasa desapercibido entre las noticias electorales (todavía nos queda ver cómo unos y otros se dan de tortas por ostentar el poder, cagarla cuanto antes y llevarse todo lo que puedan entretanto). Pasa desapercibido entre las noticias del Madrid y el Barça. Pero pasa desapercibido porque es un hecho mortal más de las cientos que vemos al cabo del año en la caja tonta: accidentes de coche, violencia de género, islamistas y judíos a hostias entre sí, suicidios, personajes célebres a los que le llega su San Martín, intoxicaciones…

                Y son ya pocas las formas en las que la de la guadaña puede no pasar desapercibida para una persona, llegando a tocar lo más profundo de su ser. La primera, es que ames a la persona que ha muerto: el disgusto es mayúsculo, porque te toca directamente. Pierdes a un abuelo o abuela, a un padre o a una madre, a tu novio o novia, hermanos o amigos… y su ausencia te pesará por siempre, aunque no lo creas. Cada muerto se lleva consigo una parte de ti, aunque a su vez te ha dejado otra, llena de experiencias, buenos y malos momentos. La segunda forma es la muerte numerosa, sea accidental o voluntaria. Un 11S o un 11M. Una inundación como la del Cerro de Reyes en Badajoz (1997, 21 víctimas), o el fruto de la locura y la ira de un asesino, como ocurrió en unos despacho de abogados en Atocha (1977, 5 muertos) o una tarde de verano en Puerto Hurraco (1990, 11 muertos). La tercera forma, que en la muerte pese enormemente el factor tragedia: persona joven, guapa, conocidísima por todos, muy buena en lo suyo, con un futuro prometedor y toda una vida por delante… hasta que en un golpe de fatalidad, y en cuestión de segundos, pasa a estar muerto. Pasa en un pueblo, cuando un joven se deja los sesos en el asfalto. Y pasa a gran escala, recientemente con el fatal piñazo de Marco Simoncelli (minutos después de haber sonreído a cámara junto a su novia para promocionar su nueva web), la muerte de Steve Jobs (fundador de Apple) o la intoxicación etanólica fatal de Amy Winehouse (lo de ésta era más predecible, pero su ingreso en el famoso Club de los 27 es igualmente trágico). Las demás circunstancias mortales nos suelen resbalar, y bastante.

LA MUERTE EN DIRECTO
La muerte trágica de una persona impacta potentemente cuando tiene lugar en directo. Es lo que ocurrió con la caída de Marco Simoncelli  o el fuerte impacto del luger Nodar Kumaritasvili contra una columna en los Juegos Olímpicos de Invierno de Vancouver. Las imágenes pueden resultar altamente desagradables para el lector.

Concluyendo…

Poco sabemos, y por ahora poco podemos hacer para saber qué hay más allá. Poco sabemos incluso acerca del momento del adiós: en los agónicos, parece haber un último instante de lucidez, en el que el miedo se va, pero poco más. Mucho nos queda que oír: historias de fantasmas dentro y fuera de Cuarto Milenio, promesas religiosas que por ahora sólo sabemos que son promesas, e incluso teorías científicas más bien rimbombantes al respecto. Sí que sabemos, pues, que la vida es un segmento. Lo que hay antes lo tenemos claro (¿tú te acuerdas? Yo tampoco). Y a la vista de que no sabemos lo que hay después, y de que no tenemos medios para saberlo, lo importante es preocuparse lo mínimo por ello y disfrutar al máximo de nuestro paso por el Planeta Tierra, cada uno como más guste. Entre que viene y no viene, y por si viene mañana mismo, lo mejor será aprovechar cada segundo, minimizar los disgustos y maximizar las alegrías y los éxitos. Estar con los seres queridos mientras estén con nosotros. Dejar a nuestro paso felicidad, hacer que nuestra existencia signifique mucho para los demás. Descubrir o ayudar a descubrir algo que mantenga alejada a la parca durante más tiempo. Vivir.

Cierro el comentario, por si no estás convencid@, con una amenaza escrita en un lugar muy visitado en Évora, Portugal. La discusión comienza abajo, si queréis añadir algo al respecto del tema, donde pone ‘X comentarios’, bajo estas líneas. Feliz otoño y carpe diem, nos vemos pronto.

 
CALAVERAS AMENAZANTES
La Capilla de los Huesos (Évora, Portugal), construída con más de 5,000 cadáveres procedentes de cementerios cercanos, advierte en su entrada del carácter efímero de la vida: «Nosotros, huesos que aquí estamos, por los tuyos esperamos». Fuente: google.com

4 comentarios:

Carlos Álvaro Lebrero Giraldo dijo...

Muy buen artículo, si señor

Briegas dijo...

Gracias, Sr. Lebrero, aunque viniendo de usted esperaba alguna de sus siempre interesantes contribuciones. De hecho no me acuerdo cuál era tu punto de vista pero me gustó en su momento.

Lady Nemo dijo...

... y cómo iba la gótica amante de lo esotérico a no comentar este artículo xDDD En primer lugar, FELIZ HALLOWEEN/SAMHAIN/OTOÑO/DÍA DE LOS MUERTOS/LO QUE SEA!

Me ha encantado lo de explicar un poco la historia de las tradiciones. Instructivo a la par que entretenido. En cuanto a lo de que estamos anestesiados, coincido plenamente. Creo que oímos hablar demasiado de muertes (accidentales o no, masivas o no) en las noticias, tanto que en muchos casos ni siquiera los 11S ni 11M llegan a afectarnos...

Y ahora pasemos a lo más interesante: la parte filosófica. Todos tenemos nuestras propias teorías acerca de la "eterna pregunta", y en eso me incluyo. No digo que las mías sean ciertas, pero simplemente es como yo lo siento. Lo primero que debo decir es que no representa lo mismo para nosotros la muerte de uno mismo que la de los demás. A mí personalmente me aterra mucho más la de cualquier persona importante en mi vida que la mía.

De todos modos, me considero afortunada, pues no he sufrido la pérdida de alguien realmente cercano (y toco madera para que siga siendo así). Dos de mis abuelos murieron cuando tenía 6 y 9 años respectivamente, y en mi adolescencia falleció el marido de mi tía. No recuerdo haberme visto especialmente traumatizada por ello, sea porque era demasiado joven para percibirlo o por la insensibilización de la que hablábamos antes. Otra posible razón es que yo no veo la muerte realmente como un final trágico, sino más bien como un cambio más en la vida.

Para terminar, te dejo un link a una canción que me parece muy apropiada para esta temática. Con suerte, el día 12 podrás verla en directo ^^
http://www.youtube.com/watch?v=6R7jSfLpk7Y


PD. Respeto mucho las opiniones científicas, pero debo añadir lo siguiente: que no recuerdes algo no significa que no haya sucedido. Y si no, pregúntales a todos los que tienen recuerdos bloqueados por traumas infantiles...

Unknown dijo...

Gracias por tu aportación, Kate!! Muy interesante, en serio!! Ya hablaremos del tema en persona n.n