Febrerito el corto se me iba sin
dejar una entrada que alimente este rinconcito de la web que a pocos interesa
(y por eso me gusta). Es curioso, porque con la situación que tengo ahora mismo
– prácticas de fin de carrera en un hospital extremeño – tengo infinitamente
más tiempo libre que el que tenía cuando la USAL me hacía pasarme con los codos
pegados a la mesa de sol a sol (literalmente). La verdad es que no me ha
cabreado nada últimamente (y por todos es sabido que la musa bloguera sólo me
visita cuando me enfado), así es que hoy toca tema blanco.
Debían aburrirse mucho Aleksei
Pazhitnov y sus amigos en su estancia en la Academia de las Ciencias de Moscú,
en el corazón de los 80. Sería el frío, o lo que fuera. El caso es que un buen
día, quizás mientras se la tocaban a dos manos, se les ocurrió una idea que
mantendría entretenido a medio Occidente durante horas y horas a lo largo de
los siguientes años. Piececitas con formas sencillas formadas por unidades
cuadradas simples caen desde cielo abierto dando tiempo suficiente para
rotarlas. Después, caen en la tierra, unas sobre otras, formando líneas que
desaparecen si están completas. Nace así el tetris,
cuyos derechos de autor pasan a formar parte del gobierno del Kremlin (cosas
del comunismo). Sería uno de los primeros de una enorme ristra de videojuegos,
esos programitas ejecutados en consolas que tantas horas de diversión, incluso
obsesión, han proporcionado a la humanidad desde entonces.
Mi relación amorosa con ellos
comienza a mediados de los 90. Cuando mis padres me llevaban con ellos a comer
de tapas los domingos, me quedaba embobado con aquellas máquinas en las que
había que echar una moneda de veinte duros para jugar un rato. A veces, ellos o
mis tíos se sentaban conmigo y, en efecto, le ponían las cien pesetas a la
máquina para jugar un rato (ellos, yo miraba frustrado mientras me decían que
yo era muy chico para esas cosas, y que acabaría la partida en un momento).
Eran armatrostes muy toscos, con botones de colores y una palanquita pequeña, a
cuyos mandos se ponía, de cuando en cuando, algún adolescente noventero con
cara de mal follado. Tardé en tener mi primera consola, una Sega Master System II desechada por un
amigo de mi padre. Estaríamos en el 1996 o cosa así. Entre él y mi tío Edu
montaron el trastajo en la tele de casa (la de cables que no tendría aquello),
metieron un cartucho y, esta vez sí, me dejaron al mando de la situación. Me
dio la bienvenida a este mundo una pantallita azul en la que ponía Wonderboy in Monsterland, que te pedía
que le dieras a no sé cuál botón. Hecho esto, salía un muñequito semidesnudo
que entraba en la tienda de una bruja que le daba una armadura y una espaducha.
Después tenías que echarlo a andar por un universo plano que, a los ojos de un
niño de siete años, parece poco menos que onírico. Cogiendo monedas y sacos de
dinero. Comprando y vendiendo. Yendo al centro de salud a que le curasen las
heridas y le llenaran la barra de corazones. Matando setas endemoniadas. Buscando
rincones secretos donde se ocultase el pez gato que te daba una ocarina. En
resumidas cuentas, todo un vicio, un motivo para que llegase el fin de semana.
Y digo fin de semana porque mis
padres me restringieron el uso de la consola a dos horas en sábado y otras dos
en domingo, preferentemente por la mañana. Hicieron de puta madre: si me dan
carta blanca no hubiera tenido infancia, me hubiera pasado enganchado a aquella
pantalla de por vida, y no hubiera tenido la que hoy es por mí recordada como
la etapa más feliz de mi vida (con permiso de mi juventud, para mí comprendida
entre los 18 años y nuestros días). Viendo que me gustaba el asunto, el día que
me metieron el club de los chupacirios (a.k.a. primera comunión) me regalaron
(para compensar semejante putada) la mítica playstation
(hoy conocida como psone). Fue un
placer agarrar aquel mando con tantos botones que vibraba y vibraba, pero todavía
recuerdo lo mal que lo pasé cuando dio mi otra consola a unos amigos. Salían
así de mi vida no solo Wonderboy, sino también Sonic the Hedgehog o Alex Kidd.
Y dejaban paso a Spyro el dragón o Sir
Daniel Fortesque, este último protagonista de mi videojuego favorito, Medievil. Sir Daniel Fortesque, un
esqueleto resucitado por accidente gracias a la maniobra de un malvado brujo
hechicero – Zarok – recorre una decadente tierra medieval (coincidente con el
actual suroeste de las islas británicas) destrozando con diferentes armas (mi
favorita, la ehpada máhica que le
daba una estatua con acento andaluz) a un ejército de zombis, dejando ver una
historia muy bien hilada y de argumento variado. Sin exagerar, hoy puedo decir
que me he hecho este juego unas veinte veces, en los veranos de mi dura
adolescencia antes de ir a casa de mi prima a quejarme con ella y mis amigos de
lo asquerosa que era nuestra vida.
Ya en Farmacia me sumo al Plumber Team: en segundo de carrera me
cae la Nintendo DS, el complemento ideal para antes de irse a la cama en esas
pseudovacaciones de pascua o navidad en las que te pasas día sí, día también
estudiando unas doce horas. Qué bien me lo habré pasado con Mario Kart DS, la de risas que me he
echado yo solito, como un puto perturbado mental, mientras jugaba al Mario Party DS. Con ella aprendí a jugar
al ajedrez en las calurosas noches del verano extremeño. Y en cuarto de carrera,
la Wii, toda una revolución. Toda una experiencia ese Mario Kart Wii con su volantito. Y, si quieren un videojuego bello, prueben cualquiera de los Mario Galaxy: explota al máximo las
posibilidades del mando de Wii, tiene increíbles escenarios… pero lo mejor de
todo: la música de orquesta que de fondo pone la Mario Galaxy Orchestra, no tiene ni el más mínimo desperdicio.
Tienen sus inconvenientes. A
todos nos suena eso de los videojuegos radiactivos superepilépticos de Japón,
esos en los que el mismísimo Picachu soltaba una castaña eléctrica y dejaba a
los niños medio idiotas en el sofá de casa. A todos nos suenan casos como el de
aquel inglés que murió de trombosis venosa profunda después de pasarse hasta
doce horas diarias delante de la Xbox 360. Pero son casos raros, extremos; sólo
padres ultraconservadores y rancios podrían generalizarlos para prohibir a sus
hijos un poquito de diversión. La verdad es que, usados durante un tiempo
decente (personalmente recomendaría seguir la estrategia de mis padres), los
videojuegos pueden tener importantes aplicaciones. La primera de las que se me
ocurren es la moralizante: los videojuegos están cargados de mensajes sobre el
bien y el mal que no escapan a nadie. En la mayoría, el protagonista es el
héroe bondadoso que lucha contra el malo (e.g. binomios como WonderBoy –
MechaDragon, Daniel Fortesque – Zarok o Mario – Bowser) para salvar a su pueblo
o a sus amigos. Se sacrifica y arriesga su barra de corazones por aquellos a
los que quiere. Se esfuerza por llegar a la última pantalla. En este paquete
podríamos entrar, aunque fuera con calzador, a esos videojuegos violentos en
los que un par de chinos
japoneses mandarinos se sacuden o en los que un soldado americano rapado le
da pal’pelo a un terrorista islámico. Más cuestionables a ese respecto son
otros como Asassin’s creed, que como
tales están catalogados para adultos que (se supone) cuentan ya con una moral y
una distinción del bien y del mal claramente establecidas. Otra es la
orientación espacial que adquiere el jugador, que le permitirá más adelante
entender con claridad las matemáticas vectoriales o, incluso, sacarse el carnet
de conducir sin muchas dificultades. Por otro lado, el videojuego no tiene el
por qué ser un acto solitario: ¡total no habré echado yo partidas al Tekken o al Smash TV con familiares y amigos! Y con una cierta edad te puede
dar ideas sobre cosas a las que jugar en la calle o en el campo. Y hay más:
ayer leí en el ‘Muy Interesante’ que hay estudios relacionados con la calidad
del sueño que asocian a los gamers
una mayor presencia de los llamados ‘sueños lúcidos’, aquellos en los que el
individuo es consciente de que está soñando y puede dirigir el cortometraje en
el que Morfeo le ha sumido. Esto hace menos incidentes las pesadillas, lo cual
podría tener utilidad en el tratamiento del síndrome post-traumático,
especialmente en menores.
Personalmente dudo que olvide
aquellos sábados en los que un ratito de videojuegos precedía a una inigualable
tarde de juegos en el campo, aquello era infancia. No olvidaré a Wonderboy,
llevo un poquito de su valor y de su espíritu aventurero dentro de mí. Tampoco
a Sonic, del que aprendí que hay que ir a por lo que quieres rápido como una
bala pero disfrutando del camino. Ni a Daniel Fortesque, del que copié la
perspicacia y el sentido del humor. Ni a Mario – ¡ni a Boo, mi personaje
favorito! – y su constante alegría. A este paso, me veo con treinta y tantos,
doctorado, con trabajo estable (uno que sueña), y con mi pareja al lado echando
los dos una partidita… En su justa medida, el videojuego puede dar mucho.
Muchísimo.
2 comentarios:
Aunque no tenéis el mismo gusto, estoy segura de que Noel estaría muy contento de leer esta entrada :) Yo también soy muy defensora de los videojuegos. ¿Que en exceso pueden hacerte perder la creatividad y darte problemas para distinguir el mundo real del imaginario cuando eres pequeño? Puede. Pero también, aparte de los mensajes moralizantes que tú dices, creo que te ayudan a desarrollar ciertas habilidades. Por idiota que parezca, yo aprendí a manejar el ratón táctil de mi portátil jugando al solitario (que no es el típico videojuego, pero bueno). El mismo tetris del que hablas te puede enseñar a anticiparte y a mejorar tus reflejos. Y algunos juegos de la famosa Wii también pueden ser una forma divertida de hacer algo de ejercicio (como los de baile, el Wii Fit o el Wii Sports).
Echaba de menos tus entradas, y me encanta que hayas escrito al fin sobre algo alegre y divertido. Tenía ganas de saber de ti. De todas formas, por si te apetece cabrearte, te recomiendo leer algo sobre la primavera estudiantil o cualquiera de las múltiples paridas de nuestro querido gobierno :P
Besos y abrazos!!!
De cuando en cuando hay que escribir algo alegre, que es lo suyo no? Me alegro de que os guste la entrada sobre videojuegos, la verdad es que se me había escapado lo del ejercicio con la wii, pero las ventajas sin duda superan a los inconvenientes si se saben usar bien... pues nada hija, yo muy contento en Cáceres la verdad, espero que os vaya muy bien a vosotros por salamanca va?? en mes y medio estaré por allá, a ver si vamos al vegetariano que echo de menos sus fideos fritos!! estuve por tu blog pero no supe contestar a lo último que has escrito de la crisis, creo que lo has quedado todo clarísimo!!! me alegra saber de vosotros, espero que hayáis encontrado piso nuevo y todo!
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