viernes, 28 de diciembre de 2007

Gente desagradable

Hoy la broma nos la gastó el perro.

Gente desagradable la hay por todos lados. Unos lo son porque han tenido un mal día, lo cual significa que lo son temporalmente. Otros parecen tener malos días los 365 días del año, y tienen cara de pitbull siempre. Y si hay una cosa en este mundo nuestro, punto insignificante pero intenso del universo, que no soporto es la gente maleducada, y más cuando se dedica a insultar y hacer daño a los demás. Cuando se intuye a distancia que tienen el corazón negro. De estas, como digo, muchas. Y algún día que otro más hablaremos de ellos. Llamémoslos gentuza, para abreviar.

Todo el mundo aquí tiene la mala costumbre de, cuando salimos a pasear por el campo, soltar al perro para que disfrute - la vida de perros ya no es lo que era, amigos. Según la ley, mi perra, que ni siquiera sé de que raza es, ni me interesa, no es potencialmente peligrosa, según la ley que el ex-presidente Aznar publicó en el 99. Aunque no estaba completamente seguro de ello, hubiera jurado que podía pasear libre por el campo, aunque sea por lo que aquí en mi tierra llamamos callejas, sin correa. Quizás me equivoque, y en ese caso - preguntaré a los municipales después de lo acontecido hoy - no creo que volvamos a repetir hazaña. Pero, ante una persona educada, soy plenamente capaz de reconocer un error, de admitir que algo está mal hecho, aunque a simple vista sea inocuo, por el simple supuesto de que esté escrito en un papel al cual el ser humano se subordina (necesariamente), y que llamamos ley. Pero cuando tienes que rectificar ante un borde maleducado, que lo que busca es humillarte, dejando caer el peso de su prepotencia sobre tí, la cosa cambia. Es más difícil, aunque a veces hay que hacer de tripas corazón.

Me aburría esta tarde. No tenía mucho que hacer después de una de esas comidas de navidad con la familia. Llevaba toda la mañana estudiando la química descriptiva de los metales, y tenía la cabeza llena de datos (¿Sabían que la única utilidad aparente del elemento estroncio es la de formar parte de cohetes y bengalas, que al arder son de color rojo? ¿Y que cuando salen llamitas de color amarillo anaranjado de los quemadores de cocinar que funcionan con butano, es porque se nos ha caido sal? ¿Quién nos diría que el bicarbonato sódico es mal antiácido no por falta de eficacia, sino por que genera gases; y que por ello es preferible utilizar hidróxido de magnesio?). Por ello no dudé en apuntarme al plan que mi tía y mi madre prepararon: ir a dar un paseo por las admirables callejas de mi pueblo, esos rincones secretos, naturales, salvajes y paradójicos que puede usted encontrar por cualquier punto de Extremadura: cada una con una historia, con un pasado, un presente y un futuro. Llevamos, como siempre, a la perra. Necesita que la saquen de casa de cuando en cuando, aunque ella oponga resistencia a separarse del radiador a la hora del paseo. Andamos cuatro kilómetros por carretera, disfrutando del olor primaveral (enigmático, teniendo en cuenta que estamos en invierno - ¿cambio climático?) de las jaras en apogeo; y llegamos a un saliente de la vía pública que derivaba en una de estas callejas rurales por las que no pasan coches durante horas. Esas en las que te sientes libre por dos horas.

Mi madre y mi tía hablaban del embarazo de esta última. De sueños, de ilusiones, de cambios que vienen. El sol, otro punto del universo (la física gravitatoria newtoniana considera a todos los planetas y al sol, y por extensión a todos los cuerpos celestes, como partículas, despreciando su radio, como si toda la masa estuviera concentrada en un punto, a la hora de calcular los valores de atracción gravitatoria entre dos cuerpos), brillaba sobre la fresca hierba, iluminando el camino a los animales que a izquierda y derecha podían verse. Y a nosotros, animales también. Todo apuntaba a que esta iba a ser una tarde feliz. Y lo fue, a pesar de todo. Pero llegados a un punto, el perro nos gastó la inocentada del año: Se saltó un vallado de piedra (de altura mínima) que vedaba una finca privada, y fue a jugar - si, a jugar. No hace otra cosa, no muerde, y no lo digo por quedar bien - con un grupo de ovejas. ¡ERROR! Digo error porque no creo que a las ovejas les haga mucha gracia que un perro que no conocen las haga correr de lado a lado de una finca. Y menos al dueño. Como es evidente, y como hubiera hecho yo, reprendió el comportamiento del chucho - este concepto anticipa la elegancia y distinción con la que el señor nos trató. Sí, señores. El dueño estaba cerca. Escondido y lejos, no dió la cara ni fue a ayudar a mi pobre madre, que se descompuso llamando al perro sin que esta, emocionada y siguiendo su instinto, hiciera el más mínimo caso. Hasta que oyó esa voz tercera y percherona que salió de quién sabe dónde:

- Me cagüen'el puto chucho de los cojones... ¡¡SACA A LA PUTA PERRA DE AQUÍ, JODER!! - dijo el señor.

No se molestó en ayudar. No se molestó en tener un poco de educación, en advertirnos educadamente que no debíamos soltar al perro, al menos cerca de sus lides. No nos dió oportunidad a pedirle disculpas frente a frente. Sólo gritó. Con voz de asco, de hastío por la vida, de estar hasta los huevos de cualquier contacto con seres humanos. Una voz le pregunta de cerca, mientras mi madre se desgañitaba llamando al chucho:

- ¿Y quién coño es? - dijo la débil voz, suave.
- Tres tontas de'sas que no tienen nada que hacer - volvió a gritar, con el mismo tono desdeñoso, prepotente y asqueroso.

Dos cosas a percibir aquí: me cambió el sexo de inmediato, y nos insultó. Ah sí, y por eso de que no teníamos nada que hacer, pareció querer mostrar dotes de adivino - en paro diría yo. Me quedo con el que hecho de que nos puso de vuelta y media en cuestión de segundos. Se puso por encima nuestra. No sería la única vez que lo haría. Mi madre, educada ella, le pidió amablemente que nos acercara al chucho, - se puso de su lado para calmar al caballero - y disculpas de antemano.

- No le digas eso, que este la mata - le dije yo, y no porque adivine el futuro, si no porque las cosas no estaban para menos.

- Al perro te lo va a acercar tu madre. ¡¡LO QUE LE VOY A DAR UN PALO A ELLA Y OTRO A VOSOTRAS QUE VAIS A SABERLO!! - Amenazó el señor desde lejos.

A todo esto, el perro no era capaz de salir de la finca. No encontraba la salida. La perra intuía que estaba en evidente peligro: una voz desconocida gritaba enfadada desde atrás, mi madre no dejaba de llamarla y yo echaba mi discurso catastrofista al lado (Este perro algún día nos mata a disgustos). Lo echaba hasta que amenazó con pegar a mi madre. Eso si, desde lejos, sin dar la cara. Me calentó.

- ¡A ver si pone usted... - (que educado yo) - ...una valla más segura, que algún día se cae un niño y verá!

- La valla te la metes tu por el coño - espetó.

Segundo cambio de sexo. Claro, como sólo escuchaba a mi tia y a mi madre hablar cuando llegamos a este área (yo cuando voy al campo me pongo a mirar a todos lados, a disfrutar de la vista, y no tengo tiempo para hablar si el tema no lo merece) se pensaba que quienes paseaban eran mujeres (típico a esas horas de la tarde en día laboral en un pueblo de Extremadura). A estas que el perro hace un brutal esfuerzo, proporcional al grado de tensión que tomó el asunto tras los gritos de este personaje oculto, y consigue salir de la finca, saltando aquella flácida e insegura pared. Cuando ya tuve al perro a buen resguardo - y atado de nuevo - continúo la conversación con la nada:

- Oiga, que le he tratado con respeto, ¡SINVERGUENZA!

Evidentemente, hablaba en pasado. En ese segundo dejé de tratarle con respeto, ya que el suyo brilló desde el principio por su ausencia. Y es de lo que me arrepiento: de haber caído al nivel de este antipático personaje. De este soberano prepotente. Me encendí. Creo que mi madre y mi tía gritaron al unísono ¡maleducado! o cosa así. Yo creo que grité cosas peores. Y ahora me alegro de no haber llegado al tradicional hijo de puta que sueltas en estas circunstancias. Creo que entonces supo que la comitiva contaba con presencia varonil. Si hasta ese segundo no se le veía, más adelante no se le oyó. Calló como un cobarde. No añadió más a la conversación.

Nos alejamos del malogrado sitio, de aquella preciosa hectárea de Extremadura que había caído en unas manos innobles, sinverguenzas e irrespetuosas. En manos manchadas de odio, en manos de un integral amargado. Yo seguía gritando. Creo que solté un par de gilipollas, un ¿qué te has creído, tío?, y cosas por el estilo. Esta noche voy a dormir como un bebé, créanme. No suelo encenderme, y de hecho, en mis 18,4 años terrestres de existencia, no recuerdo haberme cabreado tanto con nadie en mi vida. Y mira que me han faltado al respeto veces. Pero parece que duele más cuando se lo faltan a tu madre, a tu tía, o a cualquier familiar o amigo al que quieras, que cuando te lo faltan a ti mismo.

Si no me equivoco, en caso de que me hubiera dado por denunciar al señor por tener una valla demasiado baja teniendo en cuenta que, inmediatamente tras ella, había una depresión del terreno de algunos metros, habría salido perdiendo. Los perros no pueden pasear sueltos ni siquiera por el campo, ni siquiera por callejas en las que no pasa ánima alguna en horas. O al menos eso creo. Lo preguntaré a los municipales, como digo, y si es así compraremos una correa extensible, y a controlar al animal (al perro, digo; no al señor). Reconozco el error públicamente, ante ustedes. Total, ya ves, recuerdo que no somos nadie, que somos insignificantes: una persona no es nada comparada con cualquier galaxia, aunque nos pese. Y un error de una persona ya no es ni eso. Pero claro, en nuestra partícula llamada Tierra, algo importa, y por eso se pide perdón. Lo que critico fuertemente hoy aquí - aparte de esta ley estúpida, que en ciertas callejas y zonas debería estar regulada, al menos para perros que no sean potencialmente peligrosos y que no puedan asustar ni al mas cagón y mimoso de los niños, o que se habiliten zonas especiales campestres de paseo para gente que disfrute de la grata, amable y noble compañía de estos animales (me refiero a los perros, no a los niños) - es la mala educación de la gente. No saben el daño que hacen. Los sentimientos que pueden desatar en la persona aludida. No se imaginan ustedes lo que he sentido yo, la rabia contenida (hasta cierto segundo) cuando nos amenazó con atizarnos con un palo. Cuando amenazan no solo a tu chucho, sino a tu familia. Y con los locos que andan sueltos, mejor no pasar por aquel lugar en un tiempo, si no queremos que el perro reciba un disparo. O quien sabe, quizás nosotros. Critico que exista gente desagradable. No diría que deban morir, que deban de dejar de ser partículas nulas, como yo: sino que cambien, y que antes de actuar, de hablar, piensen. Y que actúen con respeto, si quieren respeto.

Desgraciadamente, el mundo está lleno de esas personas que son capaces de joderte una tarde en un verbo. O al menos de intentarlo. Prometo contenerme para la próxima, no caer a su triste nivel. Les invito a ignorar a este tipo de gente. Si les ocurre algo semejante, pidan disculpas, como hicimos nosotros, e inmediatamente después ignoren. No se enciendan, no merece, se lo digo yo. Ignoren a esta gente, ignorenlá, en serio. Son el cepo que impide que haya felicidad en este mundo. Son terroristas, asesinos, violadores, corruptos, dominantes, partículas desviadas del comportamiento ideal, como la mayoría de los gases respecto a la Ley de Raoult. Y no hace falta exagerar tanto. Esos frenos que impiden a este mundo llegar a la perfección, a la plenitud, al bien, están a la vuelta de la esquina. Escondidos, quizá, detrás de una encina, en la bella y recóndita tierra en la que estoy plenamente orgulloso de nacer, y en la que, por suerte, no todos son como este ser. Ser que parece esperar a que le ocurra algo para faltar al respeto, para desahogarse, para disparar.

Para hacer daño.

No hay comentarios: